jueves, 28 de junio de 2007

un largo fin de semana para vitrinear

DOLCE & GABBANA RUNWAY SHOW
SPRING SUMMER 2008 COLLECTION

miércoles, 27 de junio de 2007

Cuando Murphy mete las narices

“Las mujeres dicen que el hombre casado sabe más bueno…” el estribillo de esa canción de los noventa del conjunto mexicano Garibaldi, golpea fuerte y cobra más sentido que nunca por estos días. En mis días.

Porque justo cuando estoy a punto de poner “casado” en las fichas de inscripciones por internet, en mi currículum o en cuánta cosa haya que inscribirse, suceden imponderables los cuales son divertidos que acontezcan, pero que te ponen en situaciones conflictivas, que al no tener gran experiencia en las lides de la conquista, te dejan literalmente patidifuso, tartamudeando, sonrosado e impertérrito frente a los ataques donjuanescos de tanto ejemplar que se las anda dando de “cazador” por la vida.

Y no porque esta soltería obligada me mantenga casto y puro, célibe e incólume por dos meses, me voy a dejar tentar por el deseo de “pegarme la canita al aire”, y que después traiga consigo consecuencias insospechadas.

En lugares y contextos públicos –y otros no tan públicos- los he conocido. Desde que inscribí en el registro civil mi estado de “viudez temporal” ya van como tres. Desde el que te manda de regalo un trago cuando estás a la orilla de la barra de un bar, pasando por el que te mira, te conversa y te coquetea descaradamente, hasta el desvergonzado que, de frentón, te pide compañía después de una noche de baile. Todos ejemplares bastante atractivos e interesantes, pero, a lo que voy: ¿Qué fluido expelemos los comprometidos, que cuando estamos felices, alegres y tranquilos con la pareja que tenemos, aparecen miles como abejas a la miel, pero sin embargo, cuando estás más botado que micro amarilla en tiempos de Transantiago, nadie se te acerca ni porque se te cayó una moneda de diez pesos del bolsillo?

¿Será que cuando estamos enamorados la expulsión de feromonas es mayor que cuando andamos suplicando que nos cierren un ojo? Porque, personalmente, este fenómeno pasa las fronteras y los intereses masculinos. Hace un par de días, una muy buena amiga y vecina me encontró antes de tomar el colectivo que me llevaría al metro rumbo al gimnasio y me dice “Oye, qué te pasa a ti que andas tan guapo este último tiempo??”, y para salir del paso no hallé nada más original que decirle: “Bueno, es la naturaleza no más..jeje”. Y claro, es un comportamiento tanto de uno como de los otros que no tiene razones tan claras. Lo bueno de esto es que uno anda con el ego por las nubes, porque es pretendido y se siente más deseado que nunca. Lo malo. Debo confesárselos, intercambié teléfonos con uno de los tipos, el segundo para ser más exacto. Ahora cómo salir del entuerto va a ser lo bueno. Pero lo resolveré. Se los juro.

lunes, 25 de junio de 2007

Cóncavo y Convexo

Inolvidable canción del mítico Roberto Carlos, para graficar una historia de amor inexplicable, azarosa, dulce y memorable. La de dos personas tan distintas como el lugar donde nacieron. Y justamente es eso lo que la vuelve sorpresiva y mágica. Así, como ninguna otra.

Gianluca y Camilo estaban destinados a conocerse. Gianluca llegó a mitad del año pasado a Chile, proveniente de Italia. Las razones de su estancia en Chile son muchas, la mayoría de carácter académicas. Al final de este post, una de las razones de su permanencia en la capital, será Camilo. Camilo vive en Santiago, tiene veintitantos. Pasa su cesantía incrementando títulos para su currículum, escribiendo, leyendo, planificando reuniones con sus amigos entrañables, manteniendo su mente y su cuerpo activo con ejercicios de carácter integral. En su incansable gusto por los idiomas, un día como cualquiera, Camilo le comentó a una amiga que el italiano sería una lengua encantadora de conocer. Gianluca, aunque proviene del mundo humanístico, no es profesor. Pero para mantener su vida en Chile, hace clases a cercanos. Amistades en común, lugares y contextos inauditos, los llevaron a contemplarse, a hablar por ratos largos, en conversaciones telefónicas que se alargaban por dos horas como mínimo, con encuentros en donde, muchas veces y especialmente las primeras, les mantenían concentrados, mirándose y con una sonrisa coqueta en sus labios. Así, uno y otro.

Algunas semanas de clases. Profesionales hasta que sus cuerpos no resistieron más. Porque sus sensaciones se negaban a seguir escondidas. Lo caballero de ambos daba lugar a un tipo de caballerosidad más galante y romántica. Así comenzaron los regalos, los girasoles, las salidas de compras, los helados o preparar mariscos y pastas en el departamento de Gianluca, como antesalas imborrables, para momentos imborrables.

Uno de ellos fue un libro que Camilo le trajo a Gianluca desde Buenos Aires, cuya dedicatoria versaba lo insólito de la vida, acerca de estas fuerzas indescifrables que hacen que dos personas, tan ajenas como poco probables, se conocieran y quedaran encantados. Serendipity le llaman los gringos a ese fenómeno.

La banda sonora de esta historia la integran canciones de Jorge Drexler, de Cerati, de Eros Ramazzotti y Miguel Bosé. A ellos venía escuchando Camilo, triste de vuelta del aeropuerto, cuando fue a dejar a su ser amado, quien volvía a Europa por motivos laborales, académicos y familiares. Pero esta historia se niega a un final trágico. Gianluca tiene fecha de regreso a Chile para agosto, y Camilo trata de no recordarlo porque la nostalgia es inmensa. Pero su imagen se reitera y no se resiente, porque cuando no quiere recordarlo, Gianluca se cuela en sus sueños, por la noche. Razón que le hace suponer a Camilo que esto no se trata de algo superficial.

Y como Penélope esperó a Ulises, tejiendo y destejiendo. Camilo lo esperará paciente, ansioso y expectante. Porque no quiere que nadie le robe los momentos vividos, ni los proyectos por ambos planificados. Porque quiere ser fiel a la mesura que impuso Gianluca a esta relación, porque desean que esto dure por mucho tiempo. Así de idealistas. Mientras eso sucede, Camilo camina por las calles de Santiago, buscando el aroma de la bergamota que traerá de vuelta a su adorado Gianluca.

domingo, 24 de junio de 2007

Colonia de Escritores

Abandona tu vida durante 3 meses. Desaparece. Deja atrás todo lo que te impide crear esa obra maestra. Deja a tu familia, y tu trabajo y tu casa. Todas las obligaciones. Vive con gente creativa como tú. Alojamiento y comida gratis para aquellos que consigan ser seleccionados. Antes de que sea demasiado tarde. Vive la vida que sueñas

Chuck Palahniuk, Fantasmas.
“Pedro Brunetti es de esos escritores que empezaron tarde su carrera literaria. Que provienen de otras funciones y que su “ethos” viene de los talleres literarios. P.Brunetti es sólo un escritor simpático que hizo una novela simpática, nada más”. Esa fue la opinión del crítico literario Danilo Parks hacia el escritor mencionado. Y pareciera que el hecho de venir de un taller literario sea un estigma para algunos. Quizás quiera decir que no eres completamente autodidacta, que no fuiste tocado naturalmente por el don de la escritura, y que alguien tuvo que guiarte, casi como a un niño pequeño, para pulir medianamente tu estilo.

Ese es un punto. No el más importante. Pero era para introducirlos al tema y contarles que formo parte de uno de los muchos talleres literarios, que escritores y amantes de la literatura imparten en la capital. Desde el año pasado, con un grupo de 12 personas, las que han ido rotando, y cuyas personalidades y plumas son tan variadas que me han sorprendido cada tanto.

Una argentina de cincuenta, regañona y un tanto histérica. Otra de cincuenta, esta chilena, salida del mejor cuento new age, soñando con mundos con unicornios. Dulce, inspirada, una mujer soñadora. Un niñito bien –o niñita- o digámoslo bien, una vieja en cuerpo de chico de 25 años, de esos que pasean al perrito chihuahua, casi una Legally Blonde, que habla de sus amistades por el apellido que tienen, que toma el té en tazones Whittard y habla de ellos en sus cuentos, una vieja loca y de claro futuro histérico y asexuado. Un periodista de una empresa que hace estudios de publicidad -con el mismo apellido de la ex de Eliseo Salazar y que hoy conduce un matinal de televisión- pero con nulo encanto ni en personalidad ni en lo que escribía. Hay gente sin dedos para el piano simplemente. Una dueña de casa con un problema con las copas, de apellido high class, que vivía con sus niños y su marido, miembro de las fuerzas armadas y homofóbico, y que escribía cuentos costumbristas, bien chilenos y “de pueblo chico pero infierno grande”. Una treinteañera, madre de tres hijos, periodista y casada con un hombre relacionado con el arte. Siempre al día con la moda literaria y de vestir, que escribe cuentos de mujeres infieles, de amores temporalmente resucitados, en una onda muy Zambra. Así como “mi estilo es la no-pretensión, y mi historia es acerca de la historia que está o se va a contar en las siguientes páginas”. Un profesor de treinta y pocos, aparentemente serio y adusto, pero en confianza, con un carácter mucho más colorido y desenfadado. Escritor de una novela vertiginosa, de un empleado administrativo que se enamora del hijo, de 17 años, de su jefe. Un periodista veinteañero con aires fashionistas y snob, cuyos personajes en sus cuentos viven en el forestal, escuchan a Carla Bruni y le gustan las fotografías de Doisneau. Un ingeniero forestal de carácter y modales poco refinados, de hablar tosco. Muy, pero muy masculino si se quiere. Hijo de los expatriados por la dictadura y que escribe cuentos de bajos fondos y casi en lenguaje coa. Una jueza de un pueblo en las afueras de Santiago, introvertida, sin novedad, pero agradable. Este año está explotando mucho más su lado femme fatale. Un cuarentón cercano a los cincuenta, psicólogo, padre de dos o tres hijas, separado. De esos galanes maduros que cualquier soltera de su edad lo miraría con detención. Pero ojo, escribe cuentos algo autobiográficos. Si no quiere ser citado en uno de ellos, mejor no se acerque, y por último, un ingeniero civil que sólo lee libros en inglés, y que por eso en sus cuentos coloca el adjetivo antes del sustantivo, por la tradición del lenguaje anglosajón. Un nerd por donde se le mire, soltero y con claros rasgos misóginos. Amante de Dickens, Nabokov y Salinger y que, en apariencia, no sería la mejor compañía para una noche de sábado. Algunos de ellos ya no están, otros llegaron en su reemplazo. Un abogado cincuentón, de escasa cabellera, al que le molestan las críticas. Una conocida periodista muy afable, hasta “nice”, pero que en la presentación dijo que la disculparan si en la calle veía a alguno de nosotros y no nos saludaba, porque era “pésima fisonomista”. Un abogado joven que escribe una novela histórica como para quedarse dormidos sin necesidad de café, ni ningún estimulante para el sueño. Por último, un publicista agotadoramente egocéntrico, separado y que insiste en sacar a luz su condición conyugal actual en repetidas ocasiones, amante de los estereotipos y que se autodefine como un arribista. Es una fauna, liderada por nuestro guía literario, el maestro y escritor Pedro Brunetti, mencionado en el primer párrafo de nuestro cuento, un caballero inglés tan elegante como inseguro, tan culto como histérico, y tan guapo como poco espontáneo. Un escritor que sueña con escribir como los ingleses clásicos, que guarda el sueño de ser respetado en el ambiente y ser aceptado como un escritor, pese a venir de un área del conocimiento completamente distinto, codearse con el ABC1 y que, si no vendiera un solo libro, tampoco se moriría de hambre. Que habla de las profundidades, de no ser banal ni superficial, pero descubre en sus comentarios que un autor como William Somerset Maugham está “de moda” entre los escritores latinoamericanos. Un escritor tan, pero tan discreto, que como actriz de teleserie, no acepta que se metan en su vida privada. Y no hablo de comentar cuántas veces tira con su pareja diariamente, sino que cosas tan normales como a qué hora se levanta, si saca a pasear al perro, o que le gusta comer.

Este escritor que celebra junto a su docena de alumnos, lunes a lunes, el arte de la escritura y la ficción, el mismo escritor al que le aconsejo sacar cuentas a partir de agosto, porque cuatro de sus aprendices quieren hacerle una suerte de “golpe de estado” y marcharse para siempre de sus huestes y librarse de ese ambiente tan flemático como cínico de escuchar y comentar cuentos, relatos y fantasías de otros.

martes, 19 de junio de 2007

Dios le dio sombrero al que no tiene cabeza

Violeta Parra no pudo estar más en lo cierto. Esto no es un panegírico resentido ni inconformista. Sino solamente una serie de denuncias acerca de esta aseveración, tan cierta y tan sabia que impulsó la folclorista chilena.

Ayer me junté con mi mejor amiga. Me invitó a comer sushi a su departamento. Ella vive con una ex compañera de universidad y actual compañera de trabajo. Por una seguidilla de resquicios, la aludida y ausente estaba de vacaciones en Atlanta, EE.UU. Hace un par de semanas, la misma persona, había sido enviada a España, a una misión especial por su lugar de trabajo. El personaje en cuestión, cual Carmela de San Rosendo, proviene de Los Andes, es la típica joven de esfuerzo y emergente que nada sabe de grandes lujos, pero que está donde está gracias al sudor familiar y de ella misma, claro.

El departamento de estas niñas, recientemente amoblado, luce un horrendo cuerpo de living de cuerina (¡!) color mostaza (porque dicho sea de paso, el beige es EL color de nuestra Carmela de San Rosendo. -Con sólo ese dato pueden armar una personalidad-), y lo único que salva del desastre es un estiloso comedor de sillas y cubierta transparentes, muy minimal y casi sacado del mejor capítulo de comic de La Mujer Maravilla, y claro, nada que ver con el resto de la decoración del lugar (pero era lo que salvaba al lugar del desastre) y que, obviamente, había adquirido mi dulce amiga, bastante más familiarizada con el design, y que en ese momento me acompañaba. Y aunque los detalles no terminaron ahí (sorpresa fue la que me encontré al abrir vuestro refrigerador y encontrar Gato Negro en caja, comprado por nuestra Carmela), mucho hemos comentado con mi amiga querida, para este caso será llamada Srta. Jones (porque su alter ego, es la tan conocida antiheroína Bridget), de estos casos algo injustos y azarosos que el destino les obliga a ciertos personajes.

Como vivir en la comuna equivocada. Hasta hace algunos meses, ella con su madre vivían en San Miguel, frente a la estatua de Condorito en plena Gran Avenida. Pero tu entrabas a su casa, y era un constante tropiezo de carteras Hermés, collares Chanel originales, revistas Vogue, maquillaje MAC y Smashbox, y un largo etcétera que construían entre ella y su madre. En cambio teníamos compañeros de universidad, de la peor calaña y gusto, que felices vivían en Las Condes, con todo cerca para ser mejores estilosamente. Y nada.

Lo mismo pasa a nivel laboral. Gente con cero dotes para cargos en lugares de interés, caían y aún se encuentran donde mismo. Ahí la causa del mal periodismo nacional y la falta de buenas plumas o ideas. Ya ven. Porque como dice el respetado (por mi, y no lo digo con ironía) Alejandro Sanz: “No gana el que tiene más ganas”. Por lo menos, no siempre. Y me acuerdo de hace un par de años, o uno, cuando una empleada ganó el pozo millonario del Kino, vivía con su familia en una casa pertrecha y cuando le preguntaron qué iba a hacer con la plata, la afortunada dijo “Arreglar la casita”. Cuando la plata que se había ganado le alcanzaba quizás para cuantas mansiones.

Ojo, no estoy criticando de manera frívola o aspiracional. Sino que me llama la atención lo injustas e inciertas que son las circunstancias. Cuando yo con mi amiga, la Srta Jones, soñábamos con paseos por Picadilly Circus con la plata del ansiado Kino. Esta señora quizás malgastaría su plata en un viaje al caribe, un bergere de cuero, o cadenita de oro. Pero claro, estarán diciendo “son los sueños de cada uno, y que te metís tú”.

No me meto, solo lo quería comentar. De eso se tratará este blog, de todo y de nada. De lo humano y lo divino, de lo más frívolo hasta lo más profundo. Prefiero pensar que, a propósito de lo que les he contado, “aunque los monos se vistan de seda…”, porque hay que parar las quejas en un momento, hacer más por uno, o simplemente quererse y valorarse por lo que tiene. Y esperar tranquilo “su momento”, porque “los que nos reiremos último…”