jueves, 20 de septiembre de 2007

bella sin/con alma

Mi teclado pesa y piensa. Se ha demorado en decidir si contar esta historia o no. Cuando decidió hacerlo, tuvo otro conflicto: Cómo contarla. El siguiente relato viene a cerrar una trilogía de mujeres características en cualquier círculo social existente (la egocéntrica, la promiscua y, ahora, la infiel). Seguramente a muchos de ustedes les haya incomodado ciertas descripciones y características de las anteriores. Siempre se habla de este tipo de personajes a escondidas, en susurros, por detrás. Molesta mirarnos al espejo y poner en evidencia que todo lo que hablamos con ese desparpajo acostumbrado a la hora del chisme puede estar escrito en un blog para conocimiento público. Para algunos este puede ser un ejercicio cruel (y en parte lo es), pero prefiero pensarlo como un ejercicio más honesto que el acostumbrado.
Juzguen ustedes si esta historia, es una historia de infidelidad o de amor. Personalmente pasé por los dos estados, pero estoy convencido y adhiero a la segunda opción.
Libertad es una joven profesional. Mientras estudiaba la carrera que hoy ejerce, se convirtió en la alumna estrella, la mejor de su generación. Siempre con una actitud serena, relajada y nunca protagonista. Era un talento silencioso pero productivo. Libertad es una mujer discreta, sensata. Educada en una familia de clase media acomodada en un barrio tradicional del gran Santiago. Hasta el año pasado llevaba 8 años de noviazgo con quién se casaría en diciembre. Luego de una exitosa práctica profesional en un prestigioso suplemento cultural, Libertad fue requerida para la sección de Cultura y Magazine de una revista que se obsequia con el diario de su entonces competencia. Así pasó todo su 2006, entre planificando su matrimonio y haciendo artículos que pretendían ser interesantes pero que solo sacaban bostezos. Pero no era su culpa. Su novio, un ingeniero conservador, fanático del motocross se iría un día después del bullado casamiento, a Los Ángeles, California, a estudiar un MBA en UCLA. Y Libertad como buena y fiel esposa lo acompañaría hasta el fin del mundo si fuese necesario.

“Aquel mensaje que no debió haber leído, aquel botón que no debió haber pulsado. Aquél consejo torpemente desoído, aquel espacio era un espacio privado. Pero no tuvo ni tendrá la sangre fría ni la mente clara y calculadora. Y aún creyendo saber en lo que se metía, abrió una tarde aquella caja de pandora…”

Escribiendo esta historia se me cuela una canción de Jorge Drexler llamada “La infidelidad en la era de la informática”, que iré intercalando a partir de ahora. El momento en el que Thomas Perowne, sí el mismo que les narra, se ve involucrado indirectamente en esta teleserie.
No entiendo como Libertad dejó que todo lo que viene sucediera y llegara a esos extremos. Contaré la historia tal cual se dio. Libertad se casó en un matrimonio auspiciado por los padres de ambos. Se veían preciosos y todo fue muy bonito, según lo que me contaron. Al día siguiente, el novio dejaría Chile para reencontrarse con su amada en el mes de febrero en el país del Tío Sam. Libertad se fue en febrero, imagino que atormentada y no tan feliz por la historia que dejaba en Chile…
Llegó marzo y Thomas debía inscribir ramos en el magister que realiza. Le llega un correo dando aviso de este trámite y en su remitente aparecen todos los inscritos a los cuales le enviaban el mismo anuncio. Uno de esos correos era el de Libertad. Extraño. La imaginaba en la ciudad del cine, con mucho sol y palmeras, planeando su año probablemente estudiando algo. Pero no.
Thomas acude a la toma de sus ramos, y pasa a saludar a su querida profesora y encargada de todos los trámites de titulación de los egresados. Le cuenta en qué anda, y le pregunta si ha sabido algo de Libertad. Ella le dice “Ah! Que no supiste? Libertad está de regreso en Chile. Su novio la mandó de regreso luego que le pillara su casilla de correos abierta con mails de su amante en Chile”.

“Y la obsesión desencripta lo críptico, viola lo mágico, vence a la máquina, y tarde o temprano, nada es secreto en los vericuetos, de la informática…”

El amante de la aludida era uno de sus compañeros de trabajo de la revista. Casado y padre de un hijo de casi dos años y uno de siete meses de gestación. Insatisfecho de su matrimonio, cuando sabe que Libertad se viene de regreso a Chile (ella lo llama desesperada desde el aeropuerto de Los Ángeles. Lo mismo hizo para avisarle a su familia) decide romper con su esposa diciéndole que la deja porque está completamente enamorado de otra mujer (sic).
El novio engañado, destrozado y valiéndose de las amistades de su padre en la empresa editorial donde el amante de su esposa trabajaba, se encarga de que las máximas autoridades sepan del caso. Pero en vez de estos despedir al periodista, lo que hacen es cerrarle las puertas para cualquier oportunidad de trabajo a la mujer que viajaba por el Pacífico de vuelta al Chile de sus orígenes.
Para más, el conservador novio engañado, le pide la nulidad eclesiástica a Libertad, mientras él es presa de una profunda depresión, que lo tiene hasta la fecha en tratamiento, y con constantes visitas de familiares hasta su residencia en los Estados Unidos.
Thomas supo todo esto en menos de cinco minutos, y quedó en shock. No podía creerlo. Y más cuando conocía a Libertad, al novio y al amante (había trabajado con él durante su práctica profesional). Y era tan fuerte la historia que todo le impedía tener un juicio. Es más, todavía no sabe si lo tiene (no sé si sería bueno tenerlo). Lo único que piensa Thomas hoy, luego de haber sido informado de una de las historias humanas más asombrosas que hubiese escuchado nunca ( y que sólo había visto en teleseries), es que por más que hubiesen errores en la manera que Libertad hizo las cosas, éstas ya fueron así. Y aunque ahora Libertad luce un estado de ánimo menos interesado, más oscuro y apático, luce de la mano y junto con ese hombre que hoy se atreve a mostrar en cumpleaños y celebraciones. Y se ve feliz.

martes, 18 de septiembre de 2007

El Primero

Hay personas que jamás dejarán de existir en tu vida. Personas que dejaron recuerdos imborrables, marcas imposibles de arrancar. Eduardo, y uso su nombre original, representó aquel momento de cambio e incertidumbre. En su figura remito todo el gran descubrimiento que significó autodefinirme bajo la condición sexual que llevo actualmente. La llegada de Eduardo a mi vida significa, quizás, el gran quiebre del inicio de mi vida adulta.
Nuestra relación duró un año. Comienza en la Nochebuena del 2004, y termina a mediados de enero del 2006. El 2005 fue un año difícil en lo personal. Práctica profesional, fin de la carrera, entrega de tesis, examen de grado y Eduardo. Un vendaval que trajo consigo todo lo que soy, sentimental y emocionalmente, hoy. Era el fin de una etapa, la del estudiante, y el lógico comienzo de una vida adulta, en donde supuestamente debía salir al mundo, mostrarme y valerme de manera autónoma e independiente. La búsqueda incesante de trabajo, la incertidumbre por lo inútil que se hacía esa búsqueda, y el acomodo a esta nueva condición que apelaba a mi mundo interior. Día tras día, era una muerte y un renacer simultáneo. Y ahí estaba Eduardo, esa personalidad intensa y compleja, que como bien supondrán, no siempre hizo las cosas más fáciles. Corrijo: Nunca las hizo fáciles.
Pero me entregué a sus vaivenes, a esas noches tormentosas que podían terminar en el mejor de los romances, o en un quiebre que me dejaba llorando por horas. Así de extremo. En ese momento, ingenuamente, creía que así era el amor, tomé una actitud asistencialista y protectora en cada una de sus crisis. Quiebres que serían la antesala de las consecuencias que vive actualmente.
Agradezco su presencia porque su llegada me significó volver a creer, volver a sentirme interesante y atractivo para alguien. El amor es un estado incomparable, que en sus altos y bajos, está la vida misma. En sus vericuetos te sientes más vivo que nunca antes. Eso me pasó con él, y que era algo que hace un buen tiempo no me sucedía.
Fue una relación tormentosa, sí. Ninguno quería dejar al otro, por más que lo intentáramos en reiteradas ocasiones. Pero llegó enero del 2006, tiempo de relajo, de cabeza fría y descanso. La universidad quedaba atrás, y comenzaba a programar mi año fuera de las aulas. Dejé mis dos grandes vicios hasta ese entonces: Los cigarros y a Eduardo. Porque hubo un “suficiente, esto se acaba acá” de mi parte. Pocas veces había tomado una decisión tan radical, valiente y necesaria. Lo que estábamos viviendo no era sano, no tenía un horizonte claro, y era un desgaste que no podía aguantar más. La despedida de rigor más que pena, trajo un cansancio difícil de explicar, era un agotamiento sicológico y social que duró un buen tiempo. Nuestra separación trajo consigo un cambio en mi pensamiento, en cómo pensar y abordar mis relaciones sentimentales. Podría decir que hay un antes y un después en mí en ese momento. Dejé de creer, o por lo menos así como venía creyendo. Caí en una insensibilidad y una apatía a la que nunca había asistido, En marzo de ese año, me fui a Buenos Aires en plan de sanación. Caminé, escribía mucho en las calles, sentado con mi libreta, lloré también. Fue mi exorcismo y mi duelo. Luego había que empezar algo distinto.
El proceso de sanación siguió en el taller literario al que comencé a asistir. Durante gran parte de ese año escribí una historia inspirada en mi experiencia con Eduardo. Era un proyecto de novela que permanece inconcluso. Con Eduardo hablamos en forma esporádica después de aquello, cada vez menos. Ambos tomamos caminos distintos. Mi vida comenzó a brillar gracias a gente que conocí ese año, y otras que venía conociendo hace cinco y cuyo cariño se consolidó. Estuve solo sentimentalmente ese año, quería tomar aire y descansar. Mientras la vida de él parecía oscurecerse, o por lo menos estancarse. Constantes faltas a su trabajo, tratamientos siquiátricos para tratar un cuadro de esquizofrenia que se le venía agudizando desde nuestra relación, pero que lo acompañaba desde mucho tiempo antes. Pero yo estaba en mi proceso y no quise involucrarme, por mi salud mental, en algo que había dejado atrás por voluntad propia. Hace tiempo que no sé nada de Eduardo. De eso hasta hoy...
Se conecta al Messenger y me saluda amablemente. Extraña nuestro contacto, me pregunta como estoy y que ha sido de mi vida. Yo contrapregunto y responde: "Hace cuatro meses estoy internado en el Hospital Psiquiátrico tratando mi esquizofrenia". Me estremecí. Me impactó. Jamás pensé que llegaría a ese extremo. Me dice que está bien, pero sabe que no le creo. Sentí tristeza, impotencia, me hizo recordar algunas historias pasadas que viví con él. Comenzaron a caer involuntariamente algunas lágrimas. Y fueron más. Me dice que cree que aún le queda un buen tiempo ahí, que está con permiso para estar con su familia en fiestas patrias, pero que vuelve a internarse mañana después de la hora de almuerzo. Lo amé, sí y mucho. Siempre existirá un cariño que hará que desee su bienestar dónde y con quién esté. Por eso la pena. Termino preguntándole si le gustaría que lo vaya a ver al hospital. Me dice que estaba esperando que se lo pidiera. Que tiene muchas ganas de verme.