miércoles, 28 de noviembre de 2007

Nada se pierde, todo se transforma

"Ansiedad, de tenerte en mis brazos, suspirando palabras de amor…"

Suena Nat King Cole y esto huele a nostalgia. La cándida fotografía de mi sobrino de 8 meses surtió el inesperado efecto. El peninsular se enterneció con su otrora “sobrino político”. Y no pudo más. ¿Me puedes llamar a mi casa?, me dijo. Yo titubée. “Dame diez minutos que termino de conversar con un amigo y hablamos” siguió. Y yo escueto con un “Ok, perfecto. Te llamo”. Me desconecto, apago el computador, libero torpemente el teléfono de una maraña de cable enredado. Quiero un cigarro, no hay fósforos. Cuando ya los hay, no logro prenderlo con habilidad. Miro el celular esperando que pasen los 10 minutos acordados. “Córtate los dedos, no lo llames. Hazlo esperar. Qué se pudra. Pero algo quiere, quiero saber”. Todo esos pensamientos pasaban a mil por hora. Eran 20 para las dos de la mañana, tengo que levantarme temprano porque tengo que ir al diario, por la tarde hacer una entrevista a un prominente escritor para un trabajo del postgrado. Y me da lata todo. Porque desde que esto terminó, así ando. Apático, desanimado, sin entusiasmo por nada. Ni siquiera por el cuarentón, adinerado, macizo, profesional y galán. El Mr.Big que me anda rondando y del que no hago más que escabullirme. Apenas sonó por el otro lado del auricular todo cambió. Volví a escuchar a la misma persona que disfrutaba hace unos cuatro meses, antes de su partida a Italia. Hablamos 45 minutos y fue un déja vú constante. Su tono, su ritmo, su intención. Era el mismo, parecía nunca haberse ido y parecía que nunca esto se hubiese terminado. Estaba calmado, sin que nadie le interfiriera el momento. Hablamos del trabajo, de su aún incierta estancia en Chile pero de sus ganas de quedarse por mucho tiempo. La tormenta de la ruptura había amainado en ambos. Hablamos de las probables conquistas o coqueteos que hubiésemos tenido durante este tiempo. Para los dos hubo, pero nada de importancia. “Todavía estoy como fatigado, incómodo por lo que pasó” me confesó. Nunca le dije que me pasaba lo mismo, sí le dije que no tenía deseos de estar con nadie. Nos reímos con un mensaje de texto que recibí el domingo de parte de él, donde me contaba que estaba comiendo un helado San Francisco de Tronco de Castaña, nuestro favorito, y como inmediatamente yo partí por uno igual. Hablamos de un video de you tube donde se mofan de Monica Belucci y nos reímos. Me contó que estaba saliendo poco (lo noté al verlo estas últimas semanas, todos los días conectado a Messenger), que se iba a Italia a pasar Navidad y Año Nuevo, que vuelve en enero porque tiene unos seminarios que realizar, que no sabe qué hará en febrero porque le han dicho que nadie anda en Santiago, y que en marzo termina su magister y si no encuentra trabajo estable, a su pesar, deberá marcharse. Pero no quiere y hará lo imposible por quedarse. A veces las conciliaciones resultan cuando son menos forzadas, cuando no hay por delante “un tiempo” o un “intentémoslo de nuevo” para cumplir. Es la primera llamada telefónica después que todo quedó irremediablemente atrás (después de su desubicada “runaway” el día de mi cumpleaños) y creo que es muy pronto para aventurarse sobre lo que va a pasar a corto plazo. Quiere que volvamos a conversar mañana, claro que un poco más temprano que hoy. Todo dice asegurar que retomaremos el ritual de las conversaciones telefónicas eternas que tuvimos en un primer momento. Me dice que no debo quedar atrás con mis clases de italiano. No le respondo nada claro. Lo único claro es que, a mi pesar, me siguen pasando cosas. Cosas que no siento por ningún otro y que al parecer no quiero sentir. Aún está presente, no se ha ido. Sigue marcando terreno y sutilmente no quiere ceder. Demostró celos cuando me preguntó altaneramente por “ESE” que me pretende. Después le dije que nunca le he fallado, a lo que asintió, y yo rematé con “acá el que ha fallado es otro”, y hubo un afirmativo silencio desde el otro lado. Y así. Momentos tensos pasados por terciopelo, porque fue una conversación descontaminada, voluntariosa, como de bienvenida. Y sí, quizás tropiece de nuevo con la misma piedra, pero cuando el sentimiento manda, nadar contra la corriente se vuelve inútil. Que pase lo que tenga que pasar.

“Si estás oyendo, vuelve. Ni siquiera saludes. Con la luz de la mañana, abre puertas a patadas. (Niño) vuelve que no hacen falta razones… Me muero por verte, volver a tenerte”.
Ese último momento. Alejandro Sanz
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viernes, 23 de noviembre de 2007

Yo no soy ese

Escucho canciones de amor, idealizo una relación de pareja, hago regalos, compro flores, invito a comer y me preocupo cuando está enfermo o tiene una dolencia. Pero… “yo no soy ese que tú te imaginas, la paloma blanca que le baila al agua, que ríe por nada…ese niño sí, no. Ese no soy yo”. Bien que la cantaba Mari Trini.
Es complejo darte cuenta que, en realidad, no eres así. Que todo forma parte de un simulacro, de la grandiosa actuación de tu vida: La de sentirte enamorado. La de cumplir el rol de “pololo, pareja o amante”. A ratos suena idílico provocar que florezcan los árboles, que suenen los pajaritos, que el encuentro sea furtivo e inolvidable como en la mejor película norteamericana, o tener conversaciones llenas de frases y reflexiones para el bronce (como los diálogos de Dawson’s Creek. Sí, veía D.C, soy viejo, me quedé en el pasado, ¿Y?). En fin, ahora que miro para atrás vi que monté la escenografía perfecta para que los actores se movieran a la perfección y dijeran sus parlamentos con claridad. La misma exactitud con la que embelesé a los espectadores y oyentes de mis aventuras. Algunos hasta me miraron con incredulidad ante lo extremadamente maravilloso y perfecto que sonaban mis relatos. Y era así no más. El esfuerzo por hacer funcionar “una máquina” que debía andar y provocar en mí, en mi pareja y en el resto, sentimientos de un momento inolvidable. Fue bonito, no lo dudo ni me arrepiento. Pero ya no más.
No necesité de ningún tipo de terapeuta para saber que, en realidad, no soy para eso. Desgraciadamente soy mucho más impersonal de lo que pensé. Afortunadamente soy una persona independiente, que goza de su libertad de moverse solo por el mundo. Que no le gusta que lo controlen, que si lo hacen saca a relucir su peor humor. Quizás lo mejor sea una relación a distancia, porque me aburre estar siempre tocando la misma tecla. Por motivos prácticos aún tampoco puedo: vivir con tu madre, ignorante de tu condición, súmale mi desinterés por desempolvar lo que creo que es un tema íntimo, propio y que si no quiero no lo cuento, da como resultado que me complique tener que cumplir con obligaciones de alojamiento y estancia permanente con una persona. Por más que la quiera mucho.
Creo que durante todo este tiempo cumplí un rol que está fuera de lo que mi esencia parece gritar a voces. Todo esto se resume a que no sé si quiera estar con alguien, como tradicionalmente se está. Sueno cínico, descreído y un poco frío. Sí, quizás lo sea. Egoísta y mañoso también. Pero deshonesto nunca. Creo que el amor es el sentimiento más maravilloso e incomparable que pueda sentir un ser humano vivo, pero hay acciones y actitudes que no se deben forzar para que lo que ya es perfecto, sea empalagoso. Quizás el papel del guión anterior me calzó a la perfección por cierta inmadurez, por el deseo quinceañero de ver las estrellas por las noches, por dibujar corazones en el cuaderno, o por tallar en los árboles las iniciales de tu nombre y el de él. Y no digo que esté mal, pero creo haber crecido. Disfruto de la compañía de alguien que respete mis espacios de la misma manera que yo hago con el resto. Seguramente esto de encaminarme poco a poco hacia la treintena me haga ver las cosas más como un adulto. El enfoque es distinto y soy otro.
Termino este relato escuchando en el iTunes una canción de Miranda! cuyo estribillo dice: “No voy a ser tu galán, fue la primera cosa que yo pensé…”. Justamente es eso. Es lo que hay.

lunes, 5 de noviembre de 2007

"No me hablen más de ese caballero".

No tengo casa en Miami, ni me he casado con un ex presidente. Tampoco tengo mi juego de maletas Louis Vuitton ni un penthouse en el barrio San Damián. Pero nos une a cada uno, un hombre peninsular. Uno que conocí a fines de marzo, y ella –contando desde la fecha que se hizo vox populi- en mayo. Ambos no queremos dar más explicaciones sobre nuestro romance. Terminó y punto.
En mayo, cuando el affaire Bolocco-Marocchino salió a la luz pública sentí que algo tenía en común con la diva de Chile. Porque no usaré sandalias ni haré comerciales de cosméticos para una de las grandes tiendas, pero tenía mi “cartita bajo la manga”. Un abogado de 30 años, proveniente de Roma, mi profesor particular de italiano, avecindado –en ese entonces- hace ocho meses en Chile-, que colaboraba académicamente para una universidad pagada y realizaba un magister en derecho internacional en una universidad pública. Intachable, un macho heterosexual por donde se le mirara. Serio, masculino y afable. Su sueño: trabajar para la Unión Europea en Latinoamérica. Quizás ese sueño fue el “tercero” en nuestra historia. A modo de análisis, al parecer él siempre tuvo prioridades mayores que la de formar una pareja.
No quiero parecer mal agradecido porque sentirme enamorado fue maravilloso. Nuestra aventura lo fue. El tiempo que duró fue un galán, y la distancia fue quizás lo que más dolió en todo esto. Porque enfrió lo que había, porque tanto ni yo ni él éramos los mismos después de su regreso desde Italia. Esa fue la impotencia que sentí después del quiebre, que las cosas no se hubiesen mantenido tal cual se dejaron, el darme cuenta que posiblemente el lazo que intentamos unir fue frágil cuando lo que más pretendí es que no fuera así.
Tantas cosas y tantas recriminaciones cuando una historia llega a su fin. Sin embargo, duele más el juego, a ratos perverso, de querer reconquistarte cuando el acuerdo de no seguir juntos ya estaba claro. Cuando te invitan a almorzar el día de tu cumpleaños, pero te anticipan que a la celebración que tienes en la noche no irá porque “se viaja con amigos del magister a Lima”. Esa doble jugada, bipolar y cruel, que en un comienzo sigue doliendo, pero que termina alejando más y confirmando desilusión y apatía.
Tengo mi Messenger dividido por categorías, al “signore” en cuestión lo tenía encerrado en la categoría “il mio amore”. Ayer, actualizando datos, lo arrastré hasta la categoría de “otros contactos”, al no encontrar otra donde encasillarlo. Y quizás esa haya sido la prueba más tangible de este rompimiento. Son gestos insignificantes pero muy reveladores. Son tus duelos propios. Cuando simbólicamente pones la lápida, la limpias, le pones flores y apoyas una de tus manos sobre ella para levantarte y dejar atrás. Y que se queden los buenos momentos y que la experiencia hable por sí sola en un futuro.
El viernes que pasó viví uno de esos encuentros que te dejan hinchado y sobreexcedido de cariños. Algo así como treinta voces –y faltó poco menos de la mitad- me cantaron el cumpleaños feliz. Y no pude estarlo más. Me confirmaron que no estaba solo. El beso, el abrazo, la mirada, la sonrisa y el palmoteo en la espalda fueron muestras de una incondicionalidad emocionante. Eso y mucho más me hace pensar que “basta de lamentos”, porque esto continúa. Pero les pido: “No me hablen más de este caballero”.

jueves, 1 de noviembre de 2007

Callar a los inocentes

Iris tenía 12 años y caminaba de sombrero, cartera, una blusa floreada y un shorcito rosado. Iris tenía 12 años y era prostituta. Desamparada, encontraba seguridad en un taxista que enajenado, hacía su ruta diaria por Manhattan. El taxista se pela, se hace tatuajes y le habla al espejo con una pistola en la sien. Pero sentía que tenía una razón por la cual estar ahí: Iris.
Pero Iris creció y se convirtió en Clarice. Clarice también tenía un pasado doloroso. La historia sugería una violación o violencia familiar por parte de su padre. Eso, hasta hacerse oficial del FBI donde le encargan el caso de Bufalo Bill, un psicópata que secuestra mujeres y las devora en su casa. Las tiene encerradas en una fosa, mientras él se trasviste. Para atraparlo, la dura Clarice se asesora de otro criminal: Hannibal “el caníbal” Lecter, un hombre con inteligencia superior que devoraba a sus víctimas y se las daba en la cena a sus invitados.
Después de una década. Meg Altman es una mujer divorciada, algo neurótica que llega junto a su hija a vivir a un enorme piso en Nueva York. La hija sufre de diabetes y tiene alteraciones de glicemia. Una noche una banda de asaltantes entra y lo único que les queda para resguardarse es una habitación fortalecida dentro del mismo departamento, donde pasarán encerradas durante todo lo que dura la historia. Tres años después, la misma Iris, que creció para ser Clarice y luego convertirse en Meg, toma el cuerpo de Kyle, una madre que en las puertas de la separación, toma a su hija y la lleva en el viaje inaugural de una compañía de aviones que ella misma ayudó a diseñar. Durante el vuelo, raptan a su hija y en la desesperación ella toma de rehén a toda la tripulación.
Todas son mujeres fuertes, con dolores, con historias pasadas. Son personajes derrotados o al límite. Son mujeres golpeadas por las circunstancias y que su carácter las describe por sus actos. Mujeres corajudas, valientes y duras. Jodie Foster nació para lucirse en la gran pantalla con este registro. Erica Bain es su nuevo desafío. Una conductora de radio, que en un paseo nocturno junto a su novio de color y su perro, es víctima de un ataque de una banda de delincuentes que asesinan a su prometido y a ella la dejan en estado de coma. Su personalidad cordial y enamorada cambia para transformarse en una mujer fría, ruda, dañada. Quiere tomar venganza por sus propias manos, y comienza a ser la anónima heroína de Nueva York, eliminando a todo delincuente que se le cruce enfrente. “The Brave One”, o “Valiente” como se llamaría en Chile, está dirigida por un director intenso. El realizador de la shockeante “El Juego de las Lágrimas” y la altamente conmovedora “El Ocaso de un Amor”. Hablo de Neil Jordan.
Quizás todos estos párrafos escritos se justifiquen por mi admiración por Jodie Foster, y no los podía dejar pasar. Pero la verdadera finalidad viene acá: “Valiente” no se estrenará en Chile. ¿Porqué? Por que la película, según los censores, es políticamente incorrecta para los nacionales que llenan las salas de cine. ¿La razón? El filme no se condice con la moral de justicia que se quiere implementar en Chile. Si la película hace alarde de tomarse la justicia por las manos, producto de un cuerpo de policía negligente, justamente es algo que no se quiere difundir en Chile. Ni siquiera como una expresión artística y audiovisual.
Le preguntaba a la encargada de prensa de Warner acerca de qué pasaba si, producto de las infinitas loas que ha recibido la Foster por este rol, la Academia y todos los premios venideros, la premian con una nominación, o incluso con una estatuilla… “¿Van a mantener la postura de no estrenarla comercialmente?”, “Por el momento así será. Si la gente la quiere ver, tendrá que arrendarla cuando salga en DVD”. Lamentable, y por dos razones. Estoy cansado de que se trate a la gente como infantes, como personas no pensantes a las que hay que dirigir el pensamiento. Me cansan los poderes fácticos que desde la oscuridad quieren manipular las conductas. Eso no es de sociedad en vías de desarrollo. Cómo se nos sale el provincianismo.
La otra razón es estrictamente cinematográfica. Se estrena tanta tontera en los cines (y me consta) y no se estrenan películas que abren la discusión, que generan movimiento y debate. Porque el cine debe también tener esa función. Porque uno busca entretención, claro está, pero si hay un valor agregado aparte, bienvenido sea. “Valiente”, lejos de lo valiosa artísticamente que puede ser –y lo es, porque tuve el placer de verla- es enriquecedora a nivel de la temática que plantea, porque el argumento ciudadano que toca siempre es un tema a nivel de agenda social. Porque consigue ser rupturista dentro de los cánones clásicos. Si le sacan esa absurda prohibición, no duden un segundo en verla.