viernes, 26 de octubre de 2007

Las Horas

Mrs.Dalloway said she would buy the flowers herself…

Se siente extraño organizar tu fiesta de cumpleaños sin el ánimo acostumbrado. Acostumbraba despedirse octubre para que todos los preparativos conmemorativos a mi nacimiento comenzaran a tomar forma. Y tal era mi entusiasmo, que así como la Señora Dalloway, me paseaba por la calle Mosqueto con flores frescas recién compradas. Personalmente, noviembre es el mes de la primavera, del sol, de la ropa más holgada y de los colores. Y aunque las flores que compraba poco y nada tenían que ver con la celebración de mi cumpleaños, las compraba. Algunas las regalaba y ya. Era como un ritual.
Este año no. Mi humor es como el de la película “Perdidos en Tokio”: contemplativo, melancólico, introspectivo, hasta un poco triste. A ratos me siento como Julianne Moore en “Las Horas”, casi obligada a prepararle la torta a su marido que está de cumpleaños. O como Nicole Kidman en la misma película, como Virginia Woolf reflejando su espíritu con el de un pajarito muerto que encuentran con su sobrina en el patio de su casa en las afueras de Londres, casi como la moderna señora Dalloway que interpreta Meryl Streep, cuando después de quebrar los huevos y batirlos nerviosamente en un bol, rompe en un desesperado llanto frente a Louis, la ex pareja de Robert, su amigo enfermo de Sida. Esto de la ruptura no ha sido todo lo fácil que pensé.
Llevo una semana con un resfrío que lo único que ha provocado ha sido aumentar el desgano y el mal genio. El pasado wikén durmiendo, literalmente, todo el fin de semana, congestionado y creo que hasta con un poco de fiebre. Y cuando creía que el cuadro viral iba en retirada, la madrugada del miércoles con mi amiga Bettie Page y buscando un lugar para la mentada celebración –en donde terminamos bebiendo cerveza y comiéndonos un creme brulée en el Gran Central- terminé con la garganta obstruída que se agravó después de una fría noche de canto con Soda Stereo en el Nacional. De eso, hasta hoy casi sin voz ni palabra que articular fonéticamente.
Las defensas me bajaron por una situación emocional compleja. Porque después de hacerme el valiente diciendo “no, si estoy bien, relajado. No se preocupen”, los lamentos igual llegan. Por todo lo que diste, por lo que esperaste, por que quizás te apresuraste en decidir el cierre de todo esto. Tantas cosas. Incluso porque, cuando crees que todo está entendido entre las partes, el aludido aparece haciéndose el desentendido con un “¿porqué no nos vamos a Buenos Aires?”.
Por otro lado, siento que celebrar un nuevo año de vida lo tengo completamente merecido, porque hartas cosas buenas me han pasado. Porque mi lado positivo trata de pensar que “la vida no se termina acá”, porque tengo una importante y siempre muy querida cantidad de amigos que parecen aumentar año a año, y han sido tan incondicionales. Porque necesito un subidón, un “cumpleaños feliz” cantado con fuerza animal y el excesivo cariño de siempre. Por mi parte, el lugar ya está decidido, los exclusivos invitados elegidos, las invitaciones enviadas. Solo queda esperar que este resfrío “poco gracioso” se vaya pronto. Y a celebrar…qué más da!

miércoles, 17 de octubre de 2007

Down with Love

Sin un par de Manolos, pero con zapatillas Diesel y chaqueta Christian Lacroix, terminaba triunfante un negro fin de semana largo bailando al son de una música electrónica imperfecta, y en la mano, un inmejorable cosmopolitan en el Bar Central el domingo pasado por la noche.
Celebraba una temporada de buenas cosechas profesionales que me tienen felizmente ocupado haciendo lo que me gusta, lo que siempre soñé. En el momento preciso y en el lugar indicado. Celebraba, quizás anticipadamente, mi reingreso al mundo de la soltería. Porque la viudez temporal que por meses cargué se transformó en desgano y desencanto. Esa maldita distancia que cambia y hace ver las cosas de distinta manera. La distancia que trae consigo mesura, y en mi caso nuevos proyectos personales/profesionales que me hicieron revisar con detención si era vitalmente necesario mantener lo que había. Y al parecer no. Estoy acomodándome a un nuevo ritmo, y al parecer, durante el transcurso no hay tiempo para algo comprometido y serio. Porque no está la atención y el interés que le quisiera dedicar. Por ahora no, más adelante bienvenido sea. Espero.
Lo mejor de todo es la armonía y la paz que dejó una (siempre triste) ruptura. No hubo platos ni sartenes volando por los aires. Incluso más, cerramos todo prometiéndonos amistad y cariño. Buena onda, porque fuimos para ambos inolvidables. Un beso y una fraterna sesión del mejor sexo fue el cierre de un capítulo encantador en mi vida. Idílico, para muchos in-creíble. Pero fue más que real, y a varios les consta.
Pero debo reconocer que el domingo, antes de pisar el Bar Central y mucho antes de concluir esta historia, sufría la apatía del desencanto, de que no hubieran resultado las cosas como las pensé, y todas esas pequeñas y grandes cuchilladas que uno se proporciona cuando vemos que lo que tenemos se va por la borda. En ese momento, mi querida amiga Bettie Page –a la que imaginaba en la terraza de la casa de veraneo de su novio junto a sus suegros- me envía un alentador mensaje que proponía irnos de copas y perdernos por la ciudad. Acepté, cómo no. Había que borrar cualquier rastro de vegetatividad de mi entorno más próximo.
Y entre un encantador chico que oficiaba entre garzón y medio administrador del lugar, y otro que, bailando, pasaba a llevar fuertemente a mi amiga cuando me corría de su lado y no podía regalarme una masculina y sugerente mirada, terminó una agradable noche de domingo víspera de feriado, en un Santiago más desértico de lo que cualquiera se pueda imaginar, y con el último de los especímenes citados, siendo devorado a besos por una bruja antes que cayera ante los embrujos de quién les escribe.
Rewind. Antes del llamado, leía la revista femenina del diario de mi competencia donde aparecía un completísimo artículo que contaba la vida de Sarah Jessica Parker. Sí, la célebre Carrie Bradshaw que pretende volver a sus andanzas en Nueva York con sus tres amigas, pero ahora desde la gran pantalla a partir del mayo del año entrante. Y recordé a Mr.Big. Qué gran personaje. El inconquistable e incomprometido. Irrefrenable e Irresistible. Inevitable e i… (súmele todos los i que quiera). Chris Noth, el actor detrás del personaje. Una de las principales causas por las que no me perdía la serie. Todo lo que uno puede soñar. Algunos no estarán de acuerdo, pero según mis cánones, no podría pedir más. Sí que habían razones para envidiar a Carrie.
Pero como a nadie le falta Dios, al señor Perowne tampoco. Extrañas circunstancias me han cruzado con mi propio Mr.Big: Masculino, macizo, cuarentón, adinerado, profesional e incombustible galán. Todo en uno. Pero está en stand-by. Por más que insiste excusándose en halagos en cuánta intervención mediática hago viernes a viernes (o algunos sábados) en el medio en el cual escribo, aparece con un llamado, un mail y eternas loas con intereses creados. Y ha sido paciente, y yo he sido valiente. Nunca me dejé rendir a sus encantos (que no son pocos) mientras pasaba mi época de fiel viudo esperando que llegase el peninsular. Y él, mientras le resumía mis estados de ánimo, levantaba un panegírico a la autoestima, que me revitalizaba, llegando casi a imprimir uno de sus mails que era mejor que cualquier terapia o libro autoayuda tipo Paulo Coelho o “Quién se ha robado mi queso?”.
Y persiste. No sabe de mi actual condición, y pretendo aún no confesárselo, porque se tirará como abeja a la miel. Ha sido persuasivo y tenaz. Alguna vez, encaprichado, me dijo que jamás perdía o dejaba de lado algo que le robara el sueño. No sé si lo está logrando, pero por el momento deseo mantener la distancia. La ruptura es muy reciente e involucrarme en otra historia podría resultar desastroso. Pero sigo aquí, con la cabeza cuadrada de tanta película, pero afirmándome y dejándome querer.