jueves, 11 de septiembre de 2008

Be a man

Las etiquetas siempre son odiosas. Al igual que las comparaciones. Lástima que los periodistas llevemos en nuestro ADN (o en nuestra (de)formación profesional) el mal hábito de ponerle adjetivos rimbombantes a todo. Desde pequeños casos, como el que acaba de llegar a mis manos. El último ejemplar de la revista norteamericana GQ, con James Franco en la portada (conocido por todos como el Avispón Verde, el antagonista de El Hombre Araña de la trilogía protagonizada por Tobey Maguire) donde lo etiquetan como “El nuevo James Dean” de nuestros tiempos. Lo mismo sucede con la literatura, particularmente con la denominada “literatura gay”. Sí, porque así como existe la autoayuda y los chick lit (Bridget Jones es un caso canónico de este tipo de libros. Jane Austen lo hubiese llevado hace un par de siglos atrás) también existen los textos narrados y empastados, que contienen en su interior historias bien distintas al amor socialmente aceptado. Historias de baños (o lavabos, según la traducción española) públicos, discotheques, casas fuera de la ciudad. Historias de hombres con otros hombres. Muchas de descubrimiento, de revelaciones, de pérdidas.











Es lo que soñó hacer a destajo y soltura Oscar Wilde. Lo que intentó, tímida e idealista, E.M. Forster (Regreso a Howards End, Maurice, Una habitación con vistas). Lo que nunca se atrevieron ni Henry James ni Somerset Maugham. David Leavitt, norteamericano, profesor de literatura de la Universidad de Florida, nació en los inicios de los 60 y se graduó de Yale. Para los años 80, cuando salía de la universidad, estaba Reagan en el poder y el SIDA era la triste plaga que hacía desaparecer a muchos de sus pares que sentían igual a él. Su lugar literario es ese, también mezcla mucho a Italia en sus relatos. Vivió un tiempo allá y tiene un enorme conocimiento de sus lugares y paisajes. Leavitt tiene publicados la mayor parte de sus libros al español. Su casa editorial en lengua castellana es Anagrama. Sólo falta que traduzcan la última, que espero con ansias, “The Indian Clerk”. “Baile en familia”, “Un lugar en el que nunca he estado”, “El edredón de mármol” y “Arkansas” son sus libros de cuentos. “El lenguaje perdido de las grúas”, “Amores Iguales”, “Mientras Inglaterra duerme”, “Junto al pianista”, “Martin Bauman” y “El cuerpo de Jonah Boyd” son sus novelas. Uno de los mejores autores de su generación, una de las pocas voces literarias sobresalientes que cuentan historias sobre homosexuales. Pero finalmente son historias de humanos de carne y hueso. Comienzo a no entender el porqué de la etiqueta.
Es cierto que en EE.UU, que es un mercado más maduro que el hispano, haya productos hechos a la medida para quién lo necesite. Con decirles que hasta revistas para perros chihuahuas hay. La característica de “literatura gay” era fácil e imagino que complicada para muchos de sus potenciales lectores, porque existían estantes especiales para este tipo de libros. Es más, hace poco tiempo, habían librerías especializadas para este público. Ahora no. De manera justa (y como debe ser finalmente) Leavitt comparte estante con Roth, Auster, Rushdie y Coetzee. El otro que comparte estante con Leavitt y el resto, es Alan Hollinghurst. Pocos lo conocen. Es más, muchos saben de Leavitt pero de Hollinghurst ni idea. Lo conocí cuando lo mencionaron en alguna sesión del taller literario al que fui por un año y medio. Al principio pensé que era el nuevo autor de turno para el esnobista recalcitrante. Y claro, el que no lo conozca nadie algo de snob tiene. Pero el tema no es ese.




Hollinghurst es inglés y se graduó en Oxford. Nació a mediados de los años cincuenta. “La línea de la belleza”, su cuarta y última novela, se hizo acreedora del Man Booker Price, el más codiciado de los premios literarios británicos. Porque tener la historia de la literatura inglesa detrás no es menor. Y Hollinghurst es el mejor alumno de sus maestros. De prosa contundente, refinado y también sórdido, Hollinghurst se instala cómodamente dentro de lo mejor de los autores contemporáneos anglo. Anagrama también es el sello que lo traduce al español. Su poca masividad lo vuelve un bien escaso en las librerías locales. En “La biblioteca de la piscina”, su primera novela, se adentra en las costumbres homosexuales de principios de siglo XX y el periodo de guerras mundiales, a través de un joven durante los años ochenta, que le escribe la biografía a un anciano aristócrata venido a menos. Todo después de haberlo salvado de una afección cardíaca en un baño público donde había ido a buscar placer con hombres más jóvenes. Los personajes de Hollinghurst se mueven en ambientes académicos, del arte y la literatura. La mayor parte de ellos pertenecen a la burguesía londinense.
En “La línea de la belleza”, un veinteañero arribista se inmiscuye en la familia de un político, todo esto durante el mandato de la Thatcher, mientras escribe su tesis sobre Henry James.Por sus temáticas estos autores son obviados por el discurso y los medios oficiales. Y aunque hay novelas de tintes similares como la clásica “Muerte en Venecia” de Thomas Mann, “Alexis o el tratado del inútil combate” de Marguerite Yourcenar, o la contemporánea a “La línea de la belleza” de Hollinghurst, “The Master” de Colm Toíbin, no son sino estos autores de los que se puede decir con seguridad, que cuentan con una bibliografía de ficción dedicada a esta literatura. Me he interesado en ellos, que escriben en inglés, porque son de los que tempranamente recibí referencias. No olvidemos a los hispanos como el español Eduardo Mendicutti, al argentino Manuel Puig o al famoso Jaime Bayly. Y aunque hay otros norteamericanos prometedores como Michael Cunningham -ganador del Pulitzer por “Las Horas” llevada al cine, y luego con “Vidas cruzadas” editada por Norma-, y del joven Augusten Burroughs que tiene a su haber la adaptación de su primera novela “Recortes de mi vida” al cine, y ahora acaba de traducirse “En el dique seco” también por Anagrama, quise destacar a Leavitt y a Hollinghurst porque son de una excelencia indiscutible. Son autores de los que se debiera hablar masivamente y leerse con el mismo interés. Independiente de si sus héroes son dos machos que quieren estar juntos, o si uno de ellos sufre porque su amigo, su confidente, su compañero de piso, murió a causa del SIDA. Leavitt y Hollinghurst construyen relatos sobre la humanidad, sobre la familia y sus conflictos, y por sobre todo, sobre el arte y la belleza de escribir. He escrito una columna que habla de libros y literatura. Sé que el número de lectores no será el de siempre. Es más, supongo que muchos abandonaron este texto en la mitad. Pero es mi riesgo, mi apuesta. Porque sé que ambos personajes valen la pena ser leídos. Porque ambos han sido un agradable refugio durante estos últimos años. A ver si los entusiasmo.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

TV SHOWS ADDICT

Me divorcié de la televisión hace 3 años. Y aunque existe una suerte de coqueteo constante a causa de las dos últimas teleseries nocturnas de TVN, por el programa de Anthony Bourdain y, especialmente, por la culpa de Heidi Klum y Tim Gunn en todas las temporadas que People + Arts ha emitido de Project Runway. Aparte de eso, no me mueve mucho el aparatito de 525 líneas. Me pasa lo mismo con la siutiquería provinciana del chileno por tener, a como dé lugar, un televisor plasma. Me niego. Pero de ese lado iconoclasta de mi forma de ver las cosas, me referiré en otra columna.
Es increíble como al llenarte de actividades, amigos y vida social, sintonizar a ese cierto tipo de esclavitud que genera la televisión, queda relegado a un lugar bien secundario en tu vida. Y el hábito de seguir programas generalmente de tipo episódicos, genera complicaciones y finalmente terminas por dejarlos completamente de lado.
El espacio del control remoto ahora lo tiene el mouse. El facebook, gmail y el messenger son entretenciones mucho mejores que cualquier estelar, teleserie de las 8 de la noche o programa de farándula (Respecto a ese tema, es tanta mi ignorancia que no leo Las Últimas Noticias. Por más pedante que eso suene). En fin, podríamos cerrar este asunto diciendo que se trata solo de un tema de intereses. Pero de lo que quería escribir acá es de la tele, de la tele por cable, de las series y del Emmy, cuya ceremonia este año se celebrará el 21 de septiembre.

Y aunque nunca he prendido mucho con la premiación sobre la televisión gringa, este año, al hablarse mucho de eso que la verdadera literatura está en las series norteamericanas, me despertó el interés por ponerme al día con varios shows del país del tío Sam. Hasta ahora, debo decirlo, casi todo el ejercicio se basa en la acumulación de series. Porque he visto pocas, casi ninguna. Tengo mi propio dealer de películas y DVD’s, y él me provée del material más selecto y distinguido de lo que hay que ver. Lo “must”. De "Lost" soy un acérrimo seguidor y estoy al día con todas las temporadas. Vi "Mad Men", la serie que emite en Chile la señal HBO, que trata sobre una agencia de publicidad de los años 50, y me rayó por completo. Solo quiero mi pack de DVD's de la 2da temporada. Me compré la segunda de "Dexter", también la elogiada "Pushing Daisies", la primera temporada de Gossip Girl (fue una de las sacrificadas ante mis obligaciones y falta de tiempo a la hora que la transmitían), y ahora me siento feliz porque me acaban de vender "In Treatment", la serie de HBO con Gabriel Bryne, sobre un psicoanalista atormentado que en cada capítulo recibe a uno de sus pacientes habituales.
Prefiero ver televisión por DVD's. Por lo que les explicaba en los primeros párrafos, y además porque me he puesto más mañoso y no aguanto esperar a una semana por un nuevo episodio. Desde que disfruto de las temporadas completas por DVD, y eso de seguir y seguir hasta el fin de la temporada los capítulos, el hábito se me ha vuelto adictivo, embriagante, excesivo, pero de un placer indecible.


Ahora, deberé hacerme el tiempo para ver las que más pueda antes de los Emmy, y tener voz y voto cuando los presentadores digan "And the Emmy goes to…", y no quedarme, como siempre, mirando con cara de circunstancia a los ganadores. Ah, y me faltó una: "30 Rock", la serie cómica con Tina Fey y Alec Baldwin. Luego les contaré qué tal son todas, y si coincidí con los miembros de la Academia.