lunes, 13 de octubre de 2008

An chilean boy in santiago. Part deux.

El día que filtreamos en la tienda terminaría para mí en la casa de Ro. Mi pseudo-casi-novio. El hombre que conocí en marzo y que después de una conquista bastante “a la antigua”, terminamos derrochando amor y pasión en mayo, cuando me pidió que fuésemos novios y no hallábamos el momento de estar juntos. Nos une, por sobre todo, una conexión intelectual. La luna de miel duró poco más de un mes, porque a fines de junio una situación bastante dolorosa se cruzó en su vida y le recordó que habían círculos abiertos en el pasado con una relación muy importante. Pasada la tormenta que ocasionó tal hecho, volvimos a conversar a mediados de agosto, bajo otras reglas impuestas por ambos. Que ninguno quería algo con nombre ni con responsabilidades ni demandas. Él, porque emocionalmente aún no está preparado; y yo, porque los malos momentos de la ruptura no los quiero volver a vivir.

Ro tiene la nobleza de pocos. Independiente de cómo han sucedido las cosas, hay una virtud irreprochable, y es su transparencia acompañada de esa natural y desprendida comunicación que disfrutamos tener. Sin ser un hombre especialmente bello, lo que me conecta con él es el intelecto, las conexiones culturales, aficiones, las conversaciones eternas, las risas, su sencillez, la poca pretensión, lo ñoños que somos ambos y claro, como no, el lenguaje de la pasión cuando estamos en la más completa intimidad.

Ro, historiador del arte, tiene 35. “A” a.k.a Tomás, 26 recién cumplidos. Y aunque “A” tiene la experiencia de mantenerse solo y vivir solo desde los 17 años, lo que le da cierto nivel de autosuficiencia y soltura que lo vuelve hasta excitante; Ro es la templanza, la seguridad, la protección y la estabilidad. “A” es la aventura, la adrenalina, el impulso del deseo loco. En un momento, con esto de que el entonces Tomás diseñara muebles, hice el paralelo entre el Aidan de Carrie Bradshaw, versus la indecisión que le plantea Mr. Big -en este caso Ro- (mayor y con un tipo de relación de mayor tiempo pero menos consolidada). Pasados algunos días, la imagen dulce de “A” devino en una distancia que se emparenta con el Jack Berger de la misma Carrie y su triunfal despedida de la vida de ella con un post-it. No ha sucedido aquello ni mucho menos. Pero su retirada me inspira ese espíritu descomprometido.

Como les anticipé más arriba, la noche después del primer encuentro previo mensaje bajo el probador estuve con Ro. Fue extraño porque tomé una mezcla de actitudes bastante particular. En un comienzo un tanto displicente, hasta arrogante. Ni siquiera intenté besarlo en la boca a la llegada. Luego, lo contemplaba y haciendo un constante paralelo, no dejaba de darme sueño todo lo que representa. Entre medio, el inevitable sentimiento de culpa que atormentaba el acto teatral de despreocupación que estaba montando (para no salir pillado ni por la mínima evidencia). Sí, un poco como el personaje de Diane Lane, de vuelta en casa, con su marido Richard Gere, después de haberla pasado malito con Oliver Martínez en "Infidelidad", ¿Se acuerdan? Pasado un rato todo volvió a ser como antes, hicimos el amor con la misma entrega de siempre, y luego comencé una serie de intervenciones insólitas que buscaban respuestas forzadas de mi contraparte. Luego de hacerle cosquillas le pregunto si es celoso, por esa vieja creencia popular que dice que los cosquillosos son celosos. Me dice que no sabe, que nunca ha estado en la situación, y luego pregunto… “¿Y qué pasaría si un tipo me molesta delante tuyo, te enojarías? Y me responde “Sí, yo creo que sí. Porqué... tienes un pretendiente?” Y lejos de quedarme callado, le respondo con ironía “Uf, vieras. Tengo una fila esperando afuera de tu departamento”. Conversaciones insólitas después de una tarde arrebatadora.

Con “A” no hay un final definido. Sin embargo, yo me estoy adelantando porque todos los beneficios parecen estar con Ro. Si hay algo que agradecerle a “A” es esa buena dosis de autoestima que tanto hacía falta. Agradecerle por regalarme la historia de un affaire que pocos se jactarían de contar. Y –detalle no menor- agradecer su intervención porque permitió descorrer el velo y dejar en evidencia que entre Ro y yo hace falta un poco de adrenalina. Que ante la perfección y la tranquilidad que estamos llevando en este “segundo tiempo” de relación, hay algo dormido, pasivo. Una buena señal de alerta para un letargo reciente que pide auxilio.

El sábado no hicimos el amor. No tenía ganas. Razón suficiente para volver a pensar en “A”. Se quedó dormido sobre mi pecho, abrazados. Mientras dormía yo pensaba en el sexo furioso que me podría estar dando “A”, y en esas elucubraciones también me arrebató el sueño. Desperté con sus besos, me decía que me quería, que esa noche había sido un pésimo anfitrión, que nos viéramos el lunes. Cuando me iba, se levantó de la cama para darme más besos y decirme cuánto me quería. Y claro, no existe el hombre perfecto. Estoy entrando a otra etapa de la relación, esa donde no siempre está el sexo como leit motiv y que, a veces, es mucho mejor disfrutar de dormir juntos. Parece que es lo que quiero, lo que me hace sentir más cómodo. Pero antes, abriré un poco las ventanas para ventilar y que entre aire nuevo.

1 comentario:

Huracan dijo...

Me hace sentir viejisimo que tu relación con un hombre mayor, madura, en que Ro es el "Mr. Big" de tu vida, sea con un hombre de 35 años.
Pienso en Joey, que literalmente tiene la mitad de mi edad, y me pregunto como me verá. Sería ueno que tuviera un blog para leerselo, pero la literatura no es su fuerte...