Alexandr Nichols, así como los jovencitos bellos de la elite del Upper East Side en "Gossip Girl" está en una de las más altas cumbres del estrellato. Su sueño se convirtió en realidad, ser un líder de opinión, un crítico de arte y que le paguen por eso. Escribe en el medio más prestigioso (para bien y para mal) de su país, firma con su nombre, tiene veintitantos y como es el más joven, claro, a veces publica mucho y a veces poco, es la suerte del nobel y no hay nada de qué alegar. Su llegada fue sorpresiva, llegó gracias a una importante influencia, algo así como la Miranda Priestly del lugar en cuestión. La bienvenida fue aparentemente amable y cariñosa, aunque Alexandr siempre sintió un dejo de desconfianza desde el primer día pero nunca se atrevió a declararlo. Debe ser como la hoguera de las vanidades, pensó, pero como no tenía que estar conviviendo en ese mundo a diario no se hizo mayor problema. Alexandr estaba dentro del mundo de las comunicaciones en una cómoda posición y discretamente disfrutaba de su triunfo. Estaba en el universo del gossip, uno más relamido y discreto, pero las garras estaban muy bien camufladas (y afiladas). Y aunque podría alegar innumerables arbitrariedades laborales durante el tiempo que fue partícipe de esta institución, la falta que hoy lo deja fuera vino desde él y lo está pagando caro. Un error involuntario, una irresponsabilidad, algo que debió realizarse con más rigor pero que se hizo a la rápida, su poca familiaridad con los números ahora lo tienen fuera. Las semanas siguientes han sido una verdadera travesía por el desierto. Alexandr, el infalible. El que nunca se emborracha en las fiestas, el que nunca dejó un ramo pendiente en la universidad, el que nunca se ha metido drogas en el cuerpo, y ni siquiera ha sacado un yogurt sin pagar del supermercado; el que nunca se metió en un lío de faldas (o de pantalones). El mismo que tiene el sentido de la responsabilidad tan en alto, que por esta caída cree que se falló a sí mismo y falló a tantos otros. Seguramente, no hay nada peor que sentirse mal con uno mismo. Fueron semanas duras para Alexandr, por lo evitable que pudo haber sido todo, por las consecuencias, y porque sentía que la pisada del gigante ofendido estaba por venir. Porque aunque en su histórico prontuario moral y ético, el gigante no tenga los papeles más limpios del mundo, es implacable a la hora de juzgar un error, y más cuando viene de alguien tan fácil de aplastar (como lo fue de levantar). Porque el gigante cree en la premeditación y en las teorías de la conspiración. No está dentro de su cabeza lo involuntario y el posterior arrepentimiento. Este gigante que puede ser también como una torre de babel (y, porqué no decirlo, una olla de grillos) funcionó como los chicos chismosos del Upper East Side, y ya me los imagino como entre el boca a boca, celular a celular, mail a mail, todo se ha expandido. Porque al otrora niñito estrella hay que aplanarlo, reducirlo, exterminarlo y construirle exagerada y absurdamente una mala imagen que no se merece. Pero claro, las irresponsabilidades se pagan caro y el sabor de la deshonra Alexandr la ha probado lenta y amargamente. Nuestro antihéroe (si es que cabe llamarlo así a este “canalla”, repitiendo uno de los epítetos que sin mediar explicaciones recibió a través de un estado de Facebook) está en silencio. Quizás la culpa interna sea mayor que la que su medio le propague, que el arrepentimiento no cese y las lecciones a partir de lo sucedido aún no las pueda dimensionar del todo. ¿Pero será necesaria tanta maledicencia?, ¿Seremos tan infalibles y tan correctos en todos los planos de la vida para juzgar tan fácilmente un lamentable error de iniciado? Pienso en Alexandr y también prefiero quedarme en silencio. Y no por complicidad, porque sí es cierto: ha estropeado una gran oportunidad. Pero mañana puedo ser yo, o puedes ser tú. Los tiempos de María Magdalena apedreada por los fariseos ocurrieron hace ya bastante tiempo. Y ya sabemos que nadie está libre. ¿Guilty or Innocent? The choose is yours.
Nos encontramos en la próxima historia xoxo Gossip boy.
Estaba en una habitación cuyo cielo había sido arrasado. Solo colgaban de él unos tubos fluorescentes y la estructura metálica que sostenía la antigua techumbre. Todo parecía indicar que antes en ese mismo lugar había funcionado parte de una oficina. Ahora las paredes están repletas de collages de páginas de revistas norteamericanas, algunas de farándula chilena y del paparazzeo de la Bolocco con Marrochino. Detrás de mí, una cama desarmada. Eran pasadas las 12 de la noche. En el muro de cabecera de la cama, unos graffitis espontáneos rayados por el dueño del lugar. “The sun”, “Daily Mirror”, “The Star”, “Vogue”, y una serie de referencias pop a personajes y a publicaciones ligadas al mundo del espectáculo y la moda rezaban en las paredes, escritas con crayones de colores. Me muevo entre montones de magazines y muebles diseñados por el intrépido individuo que hacía dos días me había tirado un papel debajo de un probador que decía “Me gustas. Tomás. 847977xx”.
Me llamaron la atención sus lentes de sol. Los miré, me miró, sonrió y se sacó el admirado par de encima de sus ojos. Qué simpático, pensé mientras concentraba seriamente mis alegatos a la vendedora por ocurrírsele poner las alarmas sobre los botones de la camisa que me impedía probar con tranquilidad. Entre idas y venidas al probador, cuando ya me había decidido por cuales prendas llevar y me dirigía a hacer el pago, el mentado mensaje cae cerca de mis pies. El emisor había huido. Me pregunto si llamarlo o no, mientras pretendía hacer que nada pasaba. Lo hice, lo llamé. Su voz era un tanto despreocupada y usaba un tono ligeramente afectado. Confesó que nunca había hecho antes tal acto de osadía, que se atrevió a hacerlo porque me encontró sumamente tierno, pero también distante, ajeno, incluso medio pesado. Que no perdía nada, que “de esta vida no hay otra”, que disculpara si me incomodó, y yo, aprovechando su arrojo le propongo vernos unas cuadras más abajo, en un café. Aceptó y al rato estábamos frente a frente, hablando de nuestras vidas, mientras caminábamos al lugar donde él tomaría un taxi o un transantiago, porque tenía que estar en la casa de un cliente, porque es fotógrafo pero ahora hace muebles, y hace poco cumplió los 26 y con esto se alejaba mi fijación por individuos mayores. Es hiperkinético e intenso. Así se califica, y tiene razón. Le gustan los ambientes exquisitos y la vida burguesa. Ha tenido acceso a lugares y personajes exclusivos y sórdidos. Que las fiestas ya le agotaron, que no tiene amigos, que prefiere estar en casa, ver tele y comer.
Quedamos en vernos otro día. Teníamos nuestros teléfonos. Al día siguiente hicimos contacto por Messenger. Y al día siguiente nos encontramos. La cita fue en su casa, yo con una botella de champagne debajo del brazo y él con una camisa celeste abierta que dejaba ver un pecho frondoso. Lo diferente era que su cabellera había sido rasurada. Conservaba la misma barba al ras, más larga en el sector de la pera y los bigotes, pero su cabeza lucía calva. La habitación descrita en el primer párrafo resultó ser su pieza. Lugar donde se armó un porro de marihuana después de que nos diéramos unos besos, la continuación del beso distraído que me robó en la sala principal. Todo eso luego que me confesara que su nombre no era Tomás, que lo había ocultado por un sentimiento de desconfianza que le viene atacando desde hace poco tiempo. Que lo disculpara. Mala cosa.
Vive con dos de sus hermanos. O mejor dicho, hermanastros. Su hermana lesbiana y su hermano gay. Su hermano escritor de un libro de cuentos. Mi anfitrión le celebra todo, tanto, que oficia como una suerte de agente literario de su consanguíneo que escribe como si una película de Almodóvar se cruzara con Bayly, todo cubierto en la pañoleta que suele llevar Lemebel en su cabeza. Eso, para que se hagan una idea del estilo en la prosa del aludido. El hermano escritor llama, y el galán de la noche contesta a gritos un celular que funcionaba con dificultades dada la mala señal del lugar. Le dice que vaya conmigo a una fiesta privada que hay en el barrio Bellavista. Algo dudosos aceptamos, no sin antes sacarme de encima a su perro beagle que en todo momento no dejo de follarme –si, follarme- el brazo y alguna de mis piernas. Mientras yo, al principio muy discreto y luego visiblemente superado por la situación, intentaba quitármelo de encima, mientras nuestro falso Tomás inventaba cualquier resquicio para liberarme de su adorado can.
La fiesta a la que llegamos parecía cumpleaños de jovencitos alternativos medios gays. Harto Madonna, harto Yelle, algo de The Kooks, y no mucho más que contar. El otrora Tomás siempre muy sensual, me hablaba a la boca y no al oído, se inclinaba sentado a mi lado, pero así como yo, le cargan mayores muestras de afecto en público. De vuelta hasta su casa donde me esperaba mi habitual radiotaxi, conversamos de sus relaciones y las mías. Y no mucho más, ya estaba cansado, por la tarde había tenido síntomas de gripe y la salida le estaba cobrando la cuenta.
El día que filtreamos en la tienda terminaría para mí en la casa de Ro. Mi pseudo-casi-novio. El hombre que conocí en marzo y que después de una conquista bastante “a la antigua”, terminamos derrochando amor y pasión en mayo, cuando me pidió que fuésemos novios y no hallábamos el momento de estar juntos. Nos une, por sobre todo, una conexión intelectual. La luna de miel duró poco más de un mes, porque a fines de junio una situación bastante dolorosa se cruzó en su vida y le recordó que habían círculos abiertos en el pasado con una relación muy importante. Pasada la tormenta que ocasionó tal hecho, volvimos a conversar a mediados de agosto, bajo otras reglas impuestas por ambos. Que ninguno quería algo con nombre ni con responsabilidades ni demandas. Él, porque emocionalmente aún no está preparado; y yo, porque los malos momentos de la ruptura no los quiero volver a vivir.
Ro tiene la nobleza de pocos. Independiente de cómo han sucedido las cosas, hay una virtud irreprochable, y es su transparencia acompañada de esa natural y desprendida comunicación que disfrutamos tener. Sin ser un hombre especialmente bello, lo que me conecta con él es el intelecto, las conexiones culturales, aficiones, las conversaciones eternas, las risas, su sencillez, la poca pretensión, lo ñoños que somos ambos y claro, como no, el lenguaje de la pasión cuando estamos en la más completa intimidad.
Ro, historiador del arte, tiene 35. “A” a.k.a Tomás, 26 recién cumplidos. Y aunque “A” tiene la experiencia de mantenerse solo y vivir solo desde los 17 años, lo que le da cierto nivel de autosuficiencia y soltura que lo vuelve hasta excitante; Ro es la templanza, la seguridad, la protección y la estabilidad. “A” es la aventura, la adrenalina, el impulso del deseo loco. En un momento, con esto de que el entonces Tomás diseñara muebles, hice el paralelo entre el Aidan de Carrie Bradshaw, versus la indecisión que le plantea Mr. Big -en este caso Ro- (mayor y con un tipo de relación de mayor tiempo pero menos consolidada). Pasados algunos días, la imagen dulce de “A” devino en una distancia que se emparenta con el Jack Berger de la misma Carrie y su triunfal despedida de la vida de ella con un post-it. No ha sucedido aquello ni mucho menos. Pero su retirada me inspira ese espíritu descomprometido.
Como les anticipé más arriba, la noche después del primer encuentro previo mensaje bajo el probador estuve con Ro. Fue extraño porque tomé una mezcla de actitudes bastante particular. En un comienzo un tanto displicente, hasta arrogante. Ni siquiera intenté besarlo en la boca a la llegada. Luego, lo contemplaba y haciendo un constante paralelo, no dejaba de darme sueño todo lo que representa. Entre medio, el inevitable sentimiento de culpa que atormentaba el acto teatral de despreocupación que estaba montando (para no salir pillado ni por la mínima evidencia). Sí, un poco como el personaje de Diane Lane, de vuelta en casa, con su marido Richard Gere, después de haberla pasado malito con Oliver Martínez en "Infidelidad", ¿Se acuerdan? Pasado un rato todo volvió a ser como antes, hicimos el amor con la misma entrega de siempre, y luego comencé una serie de intervenciones insólitas que buscaban respuestas forzadas de mi contraparte. Luego de hacerle cosquillas le pregunto si es celoso, por esa vieja creencia popular que dice que los cosquillosos son celosos. Me dice que no sabe, que nunca ha estado en la situación, y luego pregunto… “¿Y qué pasaría si un tipo me molesta delante tuyo, te enojarías? Y me responde “Sí, yo creo que sí. Porqué... tienes un pretendiente?” Y lejos de quedarme callado, le respondo con ironía “Uf, vieras. Tengo una fila esperando afuera de tu departamento”. Conversaciones insólitas después de una tarde arrebatadora.
Con “A” no hay un final definido. Sin embargo, yo me estoy adelantando porque todos los beneficios parecen estar con Ro. Si hay algo que agradecerle a “A” es esa buena dosis de autoestima que tanto hacía falta. Agradecerle por regalarme la historia de un affaire que pocos se jactarían de contar. Y –detalle no menor- agradecer su intervención porque permitió descorrer el velo y dejar en evidencia que entre Ro y yo hace falta un poco de adrenalina. Que ante la perfección y la tranquilidad que estamos llevando en este “segundo tiempo” de relación, hay algo dormido, pasivo. Una buena señal de alerta para un letargo reciente que pide auxilio.
El sábado no hicimos el amor. No tenía ganas. Razón suficiente para volver a pensar en “A”. Se quedó dormido sobre mi pecho, abrazados. Mientras dormía yo pensaba en el sexo furioso que me podría estar dando “A”, y en esas elucubraciones también me arrebató el sueño. Desperté con sus besos, me decía que me quería, que esa noche había sido un pésimo anfitrión, que nos viéramos el lunes. Cuando me iba, se levantó de la cama para darme más besos y decirme cuánto me quería. Y claro, no existe el hombre perfecto. Estoy entrando a otra etapa de la relación, esa donde no siempre está el sexo como leit motiv y que, a veces, es mucho mejor disfrutar de dormir juntos. Parece que es lo que quiero, lo que me hace sentir más cómodo. Pero antes, abriré un poco las ventanas para ventilar y que entre aire nuevo.
Las etiquetas siempre son odiosas. Al igual que las comparaciones. Lástima que los periodistas llevemos en nuestro ADN (o en nuestra (de)formación profesional) el mal hábito de ponerle adjetivos rimbombantes a todo. Desde pequeños casos, como el que acaba de llegar a mis manos. El último ejemplar de la revista norteamericana GQ, con James Franco en la portada (conocido por todos como el Avispón Verde, el antagonista de El Hombre Araña de la trilogía protagonizada por Tobey Maguire) donde lo etiquetan como “El nuevo James Dean” de nuestros tiempos. Lo mismo sucede con la literatura, particularmente con la denominada “literatura gay”. Sí, porque así como existe la autoayuda y los chick lit (Bridget Jones es un caso canónico de este tipo de libros. Jane Austen lo hubiese llevado hace un par de siglos atrás) también existen los textos narrados y empastados, que contienen en su interior historias bien distintas al amor socialmente aceptado. Historias de baños (o lavabos, según la traducción española) públicos, discotheques, casas fuera de la ciudad. Historias de hombres con otros hombres. Muchas de descubrimiento, de revelaciones, de pérdidas.
Es lo que soñó hacer a destajo y soltura Oscar Wilde. Lo que intentó, tímida e idealista, E.M. Forster (Regreso a Howards End, Maurice, Una habitación con vistas). Lo que nunca se atrevieron ni Henry James ni Somerset Maugham. David Leavitt, norteamericano, profesor de literatura de la Universidad de Florida, nació en los inicios de los 60 y se graduó de Yale. Para los años 80, cuando salía de la universidad, estaba Reagan en el poder y el SIDA era la triste plaga que hacía desaparecer a muchos de sus pares que sentían igual a él. Su lugar literario es ese, también mezcla mucho a Italia en sus relatos. Vivió un tiempo allá y tiene un enorme conocimiento de sus lugares y paisajes. Leavitt tiene publicados la mayor parte de sus libros al español. Su casa editorial en lengua castellana es Anagrama. Sólo falta que traduzcan la última, que espero con ansias, “The Indian Clerk”. “Baile en familia”, “Un lugar en el que nunca he estado”, “El edredón de mármol” y “Arkansas” son sus libros de cuentos. “El lenguaje perdido de las grúas”, “Amores Iguales”, “Mientras Inglaterra duerme”, “Junto al pianista”, “Martin Bauman” y “El cuerpo de Jonah Boyd” son sus novelas. Uno de los mejores autores de su generación, una de las pocas voces literarias sobresalientes que cuentan historias sobre homosexuales. Pero finalmente son historias de humanos de carne y hueso. Comienzo a no entender el porqué de la etiqueta. Es cierto que en EE.UU, que es un mercado más maduro que el hispano, haya productos hechos a la medida para quién lo necesite. Con decirles que hasta revistas para perros chihuahuas hay. La característica de “literatura gay” era fácil e imagino que complicada para muchos de sus potenciales lectores, porque existían estantes especiales para este tipo de libros. Es más, hace poco tiempo, habían librerías especializadas para este público. Ahora no. De manera justa (y como debe ser finalmente) Leavitt comparte estante con Roth, Auster, Rushdie y Coetzee. El otro que comparte estante con Leavitt y el resto, es Alan Hollinghurst. Pocos lo conocen. Es más, muchos saben de Leavitt pero de Hollinghurst ni idea. Lo conocí cuando lo mencionaron en alguna sesión del taller literario al que fui por un año y medio. Al principio pensé que era el nuevo autor de turno para el esnobista recalcitrante. Y claro, el que no lo conozca nadie algo de snob tiene. Pero el tema no es ese.
Hollinghurst es inglés y se graduó en Oxford. Nació a mediados de los años cincuenta. “La línea de la belleza”, su cuarta y última novela, se hizo acreedora del Man Booker Price, el más codiciado de los premios literarios británicos. Porque tener la historia de la literatura inglesa detrás no es menor. Y Hollinghurst es el mejor alumno de sus maestros. De prosa contundente, refinado y también sórdido, Hollinghurst se instala cómodamente dentro de lo mejor de los autores contemporáneos anglo. Anagrama también es el sello que lo traduce al español. Su poca masividad lo vuelve un bien escaso en las librerías locales. En “La biblioteca de la piscina”, su primera novela, se adentra en las costumbres homosexuales de principios de siglo XX y el periodo de guerras mundiales, a través de un joven durante los años ochenta, que le escribe la biografía a un anciano aristócrata venido a menos. Todo después de haberlo salvado de una afección cardíaca en un baño público donde había ido a buscar placer con hombres más jóvenes. Los personajes de Hollinghurst se mueven en ambientes académicos, del arte y la literatura. La mayor parte de ellos pertenecen a la burguesía londinense.
En “La línea de la belleza”, un veinteañero arribista se inmiscuye en la familia de un político, todo esto durante el mandato de la Thatcher, mientras escribe su tesis sobre Henry James.Por sus temáticas estos autores son obviados por el discurso y los medios oficiales. Y aunque hay novelas de tintes similares como la clásica “Muerte en Venecia” de Thomas Mann, “Alexis o el tratado del inútil combate” de Marguerite Yourcenar, o la contemporánea a “La línea de la belleza” de Hollinghurst, “The Master” de Colm Toíbin, no son sino estos autores de los que se puede decir con seguridad, que cuentan con una bibliografía de ficción dedicada a esta literatura. Me he interesado en ellos, que escriben en inglés, porque son de los que tempranamente recibí referencias. No olvidemos a los hispanos como el español Eduardo Mendicutti, al argentino Manuel Puig o al famoso Jaime Bayly. Y aunque hay otros norteamericanos prometedores como Michael Cunningham -ganador del Pulitzer por “Las Horas” llevada al cine, y luego con “Vidas cruzadas” editada por Norma-, y del joven Augusten Burroughs que tiene a su haber la adaptación de su primera novela “Recortes de mi vida” al cine, y ahora acaba de traducirse “En el dique seco” también por Anagrama, quise destacar a Leavitt y a Hollinghurst porque son de una excelencia indiscutible. Son autores de los que se debiera hablar masivamente y leerse con el mismo interés. Independiente de si sus héroes son dos machos que quieren estar juntos, o si uno de ellos sufre porque su amigo, su confidente, su compañero de piso, murió a causa del SIDA. Leavitt y Hollinghurst construyen relatos sobre la humanidad, sobre la familia y sus conflictos, y por sobre todo, sobre el arte y la belleza de escribir. He escrito una columna que habla de libros y literatura. Sé que el número de lectores no será el de siempre. Es más, supongo que muchos abandonaron este texto en la mitad. Pero es mi riesgo, mi apuesta. Porque sé que ambos personajes valen la pena ser leídos. Porque ambos han sido un agradable refugio durante estos últimos años. A ver si los entusiasmo.
Me divorcié de la televisión hace 3 años. Y aunque existe una suerte de coqueteo constante a causa de las dos últimas teleseries nocturnas de TVN, por el programa de Anthony Bourdain y, especialmente, por la culpa de Heidi Klum y Tim Gunn en todas las temporadas que People + Arts ha emitido de Project Runway. Aparte de eso, no me mueve mucho el aparatito de 525 líneas. Me pasa lo mismo con la siutiquería provinciana del chileno por tener, a como dé lugar, un televisor plasma. Me niego. Pero de ese lado iconoclasta de mi forma de ver las cosas, me referiré en otra columna. Es increíble como al llenarte de actividades, amigos y vida social, sintonizar a ese cierto tipo de esclavitud que genera la televisión, queda relegado a un lugar bien secundario en tu vida. Y el hábito de seguir programas generalmente de tipo episódicos, genera complicaciones y finalmente terminas por dejarlos completamente de lado. El espacio del control remoto ahora lo tiene el mouse. El facebook, gmail y el messenger son entretenciones mucho mejores que cualquier estelar, teleserie de las 8 de la noche o programa de farándula (Respecto a ese tema, es tanta mi ignorancia que no leo Las Últimas Noticias. Por más pedante que eso suene). En fin, podríamos cerrar este asunto diciendo que se trata solo de un tema de intereses. Pero de lo que quería escribir acá es de la tele, de la tele por cable, de las series y del Emmy, cuya ceremonia este año se celebrará el 21 de septiembre.
Y aunque nunca he prendido mucho con la premiación sobre la televisión gringa, este año, al hablarse mucho de eso que la verdadera literatura está en las series norteamericanas, me despertó el interés por ponerme al día con varios shows del país del tío Sam. Hasta ahora, debo decirlo, casi todo el ejercicio se basa en la acumulación de series. Porque he visto pocas, casi ninguna. Tengo mi propio dealer de películas y DVD’s, y él me provée del material más selecto y distinguido de lo que hay que ver. Lo “must”. De "Lost" soy un acérrimo seguidor y estoy al día con todas las temporadas. Vi "Mad Men", la serie que emite en Chile la señal HBO, que trata sobre una agencia de publicidad de los años 50, y me rayó por completo. Solo quiero mi pack de DVD's de la 2da temporada. Me compré la segunda de "Dexter", también la elogiada "Pushing Daisies", la primera temporada de Gossip Girl (fue una de las sacrificadas ante mis obligaciones y falta de tiempo a la hora que la transmitían), y ahora me siento feliz porque me acaban de vender "In Treatment", la serie de HBO con Gabriel Bryne, sobre un psicoanalista atormentado que en cada capítulo recibe a uno de sus pacientes habituales. Prefiero ver televisión por DVD's. Por lo que les explicaba en los primeros párrafos, y además porque me he puesto más mañoso y no aguanto esperar a una semana por un nuevo episodio. Desde que disfruto de las temporadas completas por DVD, y eso de seguir y seguir hasta el fin de la temporada los capítulos, el hábito se me ha vuelto adictivo, embriagante, excesivo, pero de un placer indecible.
Ahora, deberé hacerme el tiempo para ver las que más pueda antes de los Emmy, y tener voz y voto cuando los presentadores digan "And the Emmy goes to…", y no quedarme, como siempre, mirando con cara de circunstancia a los ganadores. Ah, y me faltó una: "30 Rock", la serie cómica con Tina Fey y Alec Baldwin. Luego les contaré qué tal son todas, y si coincidí con los miembros de la Academia.
Pasamos la primera mitad del 2008, y el panorama en las salas de cine no fue de lo mejor, pero tampoco hubo resultados desalentadores. El cine chileno deberá seguir esperando hasta el estreno de Tony Manero durante la segunda quincena de agosto para tener a su mejor película chilena del año, eso si Andrés Wood con su Buena Vida no dice lo contrario. El gran problema de las distribuidoras de películas locales es que han olvidado de traer títulos importantes y de calidad superior a nuestra cartelera, y privilegian muchas cintas que no tienen ningún gusto y otras que, de frentón, son productos deficientes. Ahí quedan títulos potentes como “Across the Universe”, “Control” e “Into the Wild”, que llegaron directo al DVD. Otros cuya inclusión en el mercado nacional es improbable, como el musical irlandés “Once”, desde ya una de mis favoritas del año. Y existen otras que esperan impaciente su ingreso a las salas nacionales, como lo es la mejor de todas a mi opinión, “The Diving Bell and the Butterfly” del pintor y cineasta Julian Schnabel, el arrebato occidental de Wong Kar Kwai (“2046”, “Con ánimo de amar”) con Norah Jones y Jude Law a la cabeza en “My Blueberry Nights”, o la última estrenada de Woody Allen, “Cassandra Dream”.
Bien por “Petróleo Sangriento”, “Viaje a Darjeeling”, “Iron Man” , “La Conspiración” y “Promesas del Este”, notables fueron “Persépolis” y “Después del Casamiento”, inolvidables y seguramente las dos mejores películas estrenadas durante este año, hablo de “Expiación” y de “Batman, The Dark Knight”. Así de categórico. Pero no vine a hablar de lo que pasó, sino que lo que vendrá. De todas esas películas que se esperan con ansias durante los próximos meses. Algunas, y la mayoría, por criterios meramente emocionales, otras que se mezclan con lo más artístico e intelectual. Pero no me aguanto, quiero verlas ya. Así como inmediatamente quiero ver la segunda temporada de Mad Men, la serie que transmiten en HBO y que vi enterita en DVD y me encantó. Aquí va mi lista. La fecha de estreno acá en Chile, ya sabemos, es improbable y nunca segura. De todas maneras, preste atención.
Brideshead Revisited
Se estrenó hace un par de semanas en los EE.UU. Es la adaptación a la novela homónima del inglés Evelyn Waugh. Y es que todas estas películas de época con tufillo a los hermanos Ivory me vuelan la cabeza. Emma Thompson y Michael Gambon están a la cabeza de este elenco, cuya historia ya fue adaptada hace algunos años como telefilme para la BBC. Les dejo el trailer para que se encanten.
The Edge of Love
La primera con Keira Knightley en toda esta lista. Es que después de “Orgullo y Prejuicio” y de “Expiación” no se le puede negar nada. Ni su línea de parlamento copiada al callo del tráiler de “Expiación” y que aparece acá. Me refiero al “come back, I love you”. Película ambientada en la mitad del siglo pasado. La acompaña Sienna Miller, y acá son dos amigas que comparten el amor por el poeta Dylan Thomas. Para muestra, un botón de trailer.
Mamma Mia!
Colin Firth, el Mr.Darcy de Bridget Jones es razón suficiente para acercarse a este musical que compendia los grandes hits del grupo sueco ABBA. Esto se estrenará acá en septiembre u octubre de este año. La hija de Meryl Streep se casa y tiene que llevarla su padre al altar. El problema es que su padre pueden ser tres tipos distintos que ella no conoce. Firth es uno de los padres, los otros son Pierce Brosnan y Stellan Skarsgard. Tontita la Streep. Así que vayamos preparando las cuerdas vocales, porque se nos podrá permitir tararear al menos “Take a chance on me”, “Fernando”, “Dancing queen”, “Voulez Vous” y tantas otras. Una gran fiesta kitsch.
Australia
Australia está de guerra con oriente. Estamos a principios del siglo pasado. Se trata de una historia de amor épica, protagonizada por dos de los ejemplos más bellos de la cinematografía actual, me refiero a Nicole Kidman y Hugh Jackman. Los dirige nada menos que Baz Luhrmann (“Romeo + Julieta”, “Moulin Rouge!”). Esto será en grande, apoteósico y huele a Oscar. Se estrena a fines de año.
The Reader
Nicole Kidman se embarazó y no pudo ser Frau Anna Schmidt, la alemana analfabeta que le pide a un adolescente Michael que le lea novelas. Schmidt es reclutada por los nazis y es sentenciada por un incendio donde murieron centenares de mujeres judías. “El lector”, escrita por Bernhard Schlink, es una de esas novelas que te cortan el aliento. El rol que haría Kidman quedó en manos de Kate Winslet y Michael será mi admirado Ralph Fiennes. La dirección no pudo caer en mejores manos: Stephen Daldry, el mismo inglés que hizo maravillas en “Las Horas” y en “Billy Elliot”. Sin verla, ya quiero que se lleve todos los premios. Como deben estar suponiendo, se estrena a fines de año.
Elegy
Acá el gusto se nos va a la cabeza. Pura intelectualidad. Los aventajados Dennis Hopper y Ben Kingsley protagonizan este filme, basado en la novela homónima del valorado Phillip Roth. Los acompaña la gran Patricia Clarkson, el talentoso y apuesto Peter Sarsgaard y Penélope Cruz. Evitaré detenerme en su mala dicción del inglés, para no perjudicar mi juicio a la película.
Vicky Cristina Barcelona
“Es deliciosa a rabiar”, me dijo mi colega crítico de cine del suplemento donde escribo. Tuvo la suerte de ver “V.C.B.”, como inusualmente lleva por nombre la última película de Woody Allen, en el Festival de Cine de Cannes. Y se viene mucha piel, sensualidad, calor, besos entre chicas, Javier Bardem (¡ya me dio calor!) y Scarlett Johansson. También aparece mi amiga Penélope, que esperemos diga sus líneas en español.
The Curious Case of Benjamin Button
¿Que le parecería ver a un bebé que físicamente es un anciano, y que a medida que pasan los años en vez de envejecer va rejuveneciendo? Brad Pitt termina convertido en un bebé de edad longeva. Se trata del caso real aparecido en un medio escrito, llevado a la pantalla por el gran David Fincher (“Zodiac”, “Se7en”) y coprotagonizan las ganadoras de la estatuilla dorada, Cate Blanchett y Tilda Swinton. Se estrena en los EE.UU a fines de año. El trailer es notable.
The Duchess
Amo las películas de época, y acá de nuevo me encuentro con Keira Knightley, ahora en este filme ambientado en el siglo XVIII, donde personifica a Georgiana Cavendish, duquesa de Devonshire, famosa figura pública por sus escándalos y sus polémicas ideas políticas. El reparto “de luxe” incluye nuevamente a mi bien estimado Ralph Fiennes, a la seca de Charlotte Rampling y al guapo, estiloso y muy de moda Dominic Cooper.
Harry Potter and the Half-Blood Prince
Un lector de la saga Harry Potter, espera con ansias el nuevo filme sobre el niño mago. Es la única razón para que esta película se encuentre en la lista. Además, concordemos, que las últimas entregas han estado harto interesantes. Y ninguna película se puede jactar de haber tenido un elenco tan contundente de actores ingleses de primer nivel en una saga cinematográfica. El tráiler está harto terrorífico.
The Soloist
Catherine Keener, Jamie Foxx, y el insuperable Robert Downey J.R. Agreguen a Joe Wright, director de “Expiación” y “Orgullo y Prejuicio”. La historia es la de un músico callejero esquizofrénico (Foxx) y su relación con un reportero (Downey) con quién crea un fuerte vínculo cuando al periodista se le ocurre contar su historia.
Revolutionary Road
El novelista Richard Yates hizo un implacable y mordaz retrato de la clase media norteamericana de los suburbios en plenos años 50. La novela lleva por título Vía Revolucionaria y Sam Mendes (“Belleza Americana”) se encarga de llevarla a la pantalla. Y recluta para tales efectos a una pareja ícono, dando vida al matrimonio Wheeler. Se trata de Leonardo DiCaprio y Kate Winslet, a más de diez años de protagonizar ese portento sobrevalorado que fue “Titanic”. Se estrena a fines de año, y ya escucho la fanfarria de las nominaciones a premios.
The Road
Viggo Mortensen, Charlize Theron, Robert Duvall y Guy Pearce protagonizan la esperada adaptación de la premiada novela “La Carretera” del célebre Cormac McCarthy. Ganadora del Pulitzer en el 2007, viene a ser la sucesora de otra adaptación de una novela de McCarthy, la para mi gusto sobrevaloradísima “Sin lugar para los débiles” de los Hermanos Coen y ganadora al Oscar a Mejor Película el 2008. “La Carretera” es un relato desesperanzador ubicado, suponemos, después de una catástrofe nuclear que no ha dejado mono en pie. Hay un padre y un hijo pequeño, el lugar es inhóspito, frío, oscuro. Nadie dudaría el buen material que se tiene entre manos el desconocido director John Hillcoat.
“Carla, instruida, educada, formada y de izquierdas; Carla capaz de nadar en el glamour o en la progresía con el mismo estilo; Carla, blanca como el mármol, sigilosa y con ojos azules de gato siamés, de pómulos angulosos y porte cortés. Carla, que pasó de primera dama de la moda a primera dama de la canción para estrenarse como primera dama de un país, nos recibe en su casa de soltera. Un cuerpo de metro setenta y seis centímetros de altura y unas medidas impares que representaron a Dior, Givenchy, Versace, Chanel o Prada: 86-61-89.”
Así comienza el artículo publicado este último fin de semana en la revista “Magazine” del diario La Vanguardia de Barcelona. Por si no lo notó, hablan de Carla Bruni-Sarkozy, la primera dama de Francia y estrella de la canción pop. La única razón del encabezado es porque me gusta la manera como está escrito, eso de ir detallando características del personaje indicando su nombre al comienzo me pareció un estilo curioso. Pero eso no es más que un encanto narrativo que puede que a muchos no les importe nada, y es completamente comprensible.
En el Sunday Times también se escribió sobre la ex supermodelo, y el artículo fue traducido y publicado en la revista “Ya” del martes pasado. El mismo fin de semana que aparece la entrevista de “Magazine” en La Vanguardia, aparece en portada y en una gran entrevista otra vez la ítalofrancesa, esta vez con el título de “Visitando a madame Sarkozy” en el suplemento “El País Semanal” del diario El País de España. Como si no fuese suficiente, en la edición de septiembre de la gran Vanity Fair, aparece la primera dama emulando a Jackie O. y fotografiada por la siempre notable Annie Leibovitz, y supongo que será un gran reportaje con grandes fotos, todo para una gran edición especial dedicada al estilo, que año a año realiza la publicación dirigida por Graydon Carter.
Y es que es mucho Carla Bruni. Como personaje me agotó en el momento que decide casarse con Nicolás y convertirse en primera dama. Esta mujer sí que sabe como escalar en el poder. También dejé de tomarle atención musicalmente a partir de ese momento, porque pecando de iconoclasta, me cargó que por su cargo público se volviera popular y sus canciones las escuchara en cualquier radioemisora chilena de corte más femenino y sus discos se convirtieran en los primeros en la lista de Feria del Disco. Lo mismo va a pasar en unas semanas más cuando llegue a Chile el iPhone G3 y cualquiera lo tenga como fetiche. Me molesta cuando ese tipo de cosas se vulgarizan. Amé “Quelqu’un m’a dit”, su disco debut. “No Promises”, su salto marketero hacia el mercado anglo con letras en inglés sacadas de poemas de Keats y Auden, me pareció una soberana lata. Con “Comme si de rien n’était” vuelve al francés, la cosa mejora, pero ya la perdimos. Se enamoró del candidato a la presidencia por el cual no votó, y de paso evidenció al mundo que tiene una ambición sin parangón. Sigue siendo la bella Carla, la misma con voz aterciopelada y cadenciosa, y con esas canciones sincopadas ideales para escuchar en invierno con una buena taza de café caliente, ojalá estando acompañado. Pero su exhibición me repele, y la exhibición que le da el periodismo me da arcadas.
Porque esta es una nueva oportunidad para criticar sobre las pautas de los medios periodísticos. Y ahora más, cuando el tema trasciende nuestras fronteras. Que dos medios españoles el mismo fin de semana tengan a la cantante, preguntándole las mismas cosas, dando la misma descripción de su casa en París, y ella respondiendo a cada pregunta con una ridícula profundidad casi rayando la siutiquería (En “El País" le preguntan ¿Cómo es su proceso de creación? Y responde... “Cuando escribo una canción, lo hago desde la confusión que rige un momento de mi existencia; navego en ese desconcierto hasta que necesito precisar algo y entonces escribo la canción. Cada canción pone palabras a una confusión; después me siento aliviada”). Yaaaa??? O en “La Vanguardia” cuando le preguntan “Se define como cambiante y contradictoria”, ella responde “Es una válvula de escape, formas de evadirte de esa muerte que nos iguala”.
Está bien que todo este auge mediático responda al lanzamiento de su tercer disco solista y el primero como primera dama de Francia y que por eso los micrófonos estén más dispuestos a escucharla, pero este nivel de pobreza de agenda no pasa desapercibido ante los lectores, porque para más son temas de portada. Si luego recibimos quejas por la predecible y repetida oferta que entregamos a la calle, no tenemos pito qué tocar.
Carrie y las chicas están de vuelta. Para mi felicidad, Mr. John Preston, alias Big también. Una buena amiga me confidenciaba que había tres cosas que esperaba con ansias durante este año: la llegada del iPhone, el concierto de Madonna y el estreno de Sex and the City. Mucho se podrá hablar de esta serie creada el año 98 por la cadena de televisión HBO: que es un reguero de clichés, prototipos, caricaturas y situaciones inverosímiles; también que es un manifiesto feminista con un centímetro de profundidad. Pero ya, que va, es una serie. Un mero producto de entretención que sí, estamos claros, construye un modelo de ser mujer y de la nueva femeneidad, pero también estamos de acuerdo que en varios aspectos agradecemos que lo haya logrado (no sé porqué pero las chilenas post S.A.T.C. harto mejor que se visten, no creen?). Pero qué hago yo escribiendo este panegírico en torno a las conocidas chicas que en la ficción pululan en la Gran Manzana (y ahora en la gran pantalla): primero, ya sabrán de mi sensibilidad especial con el mundo femenino y con mi gusto por el buen vivir, el estilo, las series de televisión, la cultura pop, etcétera. Segundo: tuve, OBLIGADAMENTE que asistir a la función privada para la prensa que la distribuidora Warner organizó el viernes pasado en el Cinemark Alto Las Condes. 13 días antes de su estreno comercial. Y hubo varias que me envidiaron por eso. Para ustedes, queridas amigas, va este sentido post.
147 minutos de “Sex and the City” después de 4 años de su término por televisión. Se hizo larga la espera, como igual de larga se hace la película. Sí, porque éste es el principal y más grande pecado de esta adaptación cinematográfica. Si por esas casualidades tuviera que criticarla para el suplemento donde escribo, sacrificaría las 4 estrellas sólo por culpas al editor del filme, que debería haber tenido la sensatez de sacarle fácil 30 minutos a la historia. Me detengo acá. (Antes de seguir quisiera explicarles que el “spoiler” es un término que anuncia un adelanto de la trama, que si no quieren leer ruego se los salten, vale?) Y porqué todo se hace tan largo: SPOILER porque el vía crucis de Carrie luego de su arruinado matrimonio con Big se hace eterno innecesariamente FIN DEL SPOILER.
Todo el alargue innecesario se usa para presentar a Jennifer Hudson (“Dreamgirls”), la nueva asistenta de Carrie Bradshaw que claro, aporta frescura y una nueva historia, pero no es suficiente para justificar lo injustificable. Independiente de los minutos de más, debo sentenciar algo que sé que quieren saber: La película no defrauda en nada. Es un artefacto hecho para el disfrute de las fanáticas más acérrimas como también a quienes nunca vieron ni un solo capítulo. Muchas de mis colegas se echaron hasta su lagrimón y lo confesaban abiertamente. En otras palabras, lágrimas y risas mediante (que hay muchas), “Sex and the City: la película” es una gran celebración. De la moda, del buen vivir, del amor, de la vida después de los cuarenta, de ser mujer, etc. Y todo aquello, por más gringa que sea en muchas ocasiones, la hace añorable y se vuelve un placer nada de culpable. Les pido que cuenten cuántas veces aparece Carrie con una vestimenta nueva en los primeros diez minutos de metraje. Ese éxtasis, queridas amigas, se extenderá por las siguientes más de dos horas. Sigo enunciando pequeñas sorpresillas: ¿Cuántas de ustedes quisieran que la editora de Vogue les propusiera salir de novia en las páginas de la revista con vestidos de Dior, Lanvin, Prada, Christian Lacroix, Oscar de la Renta, Carolina Herrera y Vivienne Westwood?? Vuestra amiga Carrie lo logra, en una sesión de fotos que es uno de los momentos hilarantes de la película. Momentos entrañables como cuando Carrie se mete a la cama con un libro prestado de la biblioteca y Big lee las páginas económicas del que supongo es el New York Times. Big está con el pijama abierto (Imaginen como sufrí por inhibirme de hacer cualquier tipo de exclamación ante mis colegas) y Carrie le quita los lentes que lleva puestos para leer, y muy sexy se los pone ella.
Hay que reconocer la buena mano en la fotografía, el exceso de estilo en el vestuario, en la elección de locaciones, y en la impecable interpretación de la Hudson y de Chris Noth (Mr.Big) que hacen que todo fluya de forma casi idílica.
Queda poco para lo que tanto esperan. Insisto, no las defraudará. A mi me tinca verla de nuevo solo por el hecho de acompañar a alguna de mis amigas. Pero me pesaron los 147 minutos. El resto está muy bien, se reirán a destajos y verán una buena comedia romántica. Quizás la con más estilo después de “El Diablo se viste a la Moda”.
*las fotos son de Annie Leibovitz para la edición de junio de Vogue.
El diabólico, hilarante e inevitable beat inicial de “4 minutes” hacía presagiar todo. Su majestad (Her madgesty, como le dicen en gringolandia en un juego de palabras con su nickname “Madge”) está de regreso. A un par de meses de cumplir los 50 años, esta mujer que se ha paseado por todos los estilos musicales y de imagen que ha logrado imponer (y porqué no, que le han impuesto), vuelve con un disco tan fresco, pero que a la vez parece haber sido escuchado tantas veces. Y vuelve a impactar y porqué no decirlo, a recuperarnos la fe. Y aunque el personaje mismo dejó de ser solo un mero referente para la industria discográfica (aparte de incursionar en el cine, está en cuánta campaña “solidaria-mundial” exista y es rostro principal de todas ellas) lo que acá nos convoca es su nuevo experimento musical, que fue lanzado hoy, 29 de abril, a nivel mundial. Hay un claro antes y después en su carrera como cantante: El disco “Ray of Light” (1998) con su reconvención al Kabbalah y su maternidad, la hizo virar hacia una electrónica etérea y compleja para el gran público. Personalmente, es el mejor disco de su carrera. William Orbit fue el productor. Luego vino “Music” y la paleta de colores se amplió. Mucho trip hop y beats electrónicos más sofisticados de la mano del productor Mirwais. Entregó un sonido más amable para los oídos del mundo (digo esto, pero no olvidar que Madonna siempre será Madonna, así como el pop siempre será pop. Se entiende?) y un par de hits inolvidables: "Music" y "Don’t tell me". Lo primero que escuchamos del incomprendido “American Life” fue “Die Another Day”, el tema compuesto para la película homónima del agente secreto James Bond. Luego vino un grito antibélico con la polémica de rigor por el video del single "American life" (un desfile de modas que terminaba con tanques y bombas). Y es que Maddie tenía que ponerse a tono con el discurso oficial que repudiaba el ataque a Irak por el señor presidente de los EE.UU. “American Life” fue un fracaso de crítica y en ventas. La faceta aguerrida de la chica material no gustó a todos. Poco duraría el desencanto, porque Madonna se saca las ropas color verde militar y las cambia por lycras y corsés, peinados a lo Farrah Fawcett y la onda disco tiene su revival. Porque la consigna acá parece ser que la fiesta es eterna. “Confessions on a Dancefloor” fue vendido como un disco hecho para la pista de baile. Y lo era, pero para una pista de baile de discotheque gay, con ese trance electrónico inacabable y que solo a ratos resultaba pegajoso. Es un buen disco, que la devuelve a su faceta más pop. A la Madonna de siempre, la reina de la fiesta. Pero vendría más y mejor.
Como ya lo he comentado con varios, Hard Candy suena más a “melt” (fundido, derretido…entiéndase como “pegajoso”) que a hard. “4 minutes”, ese notable dúo con el igualmente notable Justin Timberlake es solo el comienzo. Porque el verdadero disco bailable y pop está acá y no en “Confessions…”. Acompañada de Pharell, Kanye West, Timbaland y el propio Justin, Madonna se aleja de la electrónica elaborada, de la religión que predicaba en “Ray of Light” y se lanza un trabajo con la simpleza de la Madonna de los ochenta, pero con la modernidad de los tiempos que corren. “Candy Shop”, el primer corte presenta parecidos al pop negro de Janet Jackson. “Give it 2 me” es un corte imparable, quizás uno de los mejores tracks del disco. La fiesta está desatada. “Heartbeat”, “Beat Goes on” y “Dance 2night” son dignos ejemplos de la factoría "timba-lake" (Timbaland-Timberlake) pero siempre con el fraseo sencillo y toque dance. “She’s not me” e “Incredible” son tracks que sorprenden por su experimentación. Si se escuchan con detención (y tampoco vale tanta) notarán que en ellos hay dos y hasta tres canciones distintas en una sola composición. Es un riesgo, que viene bien, al que nos acostumbramos y terminamos aplaudiendo. “Miles Away” es menos dance, pero es la prueba fehaciente de que en este disco Madonna vuelve a la sencillez de los singles del comienzo de su carrera. Por esto, no suena antojadizo decir que “Miles Away” solo a la primera oída se convierte en un clásico instantáneo. Por último, y nunca exenta de influencias, “Devil wouldn’t recognize you” es un track que suena tan a “What goes around…comes around” de Justin, que parece difícil no imaginar la importancia que tuvo el músico en la arquitectura de Hard Candy. La reina ha vuelto. Ya es un hecho, y lo demuestra con este disco. El mejor en mucho tiempo. Más limpio, más urbano, más simple y directo en lo que quiere lograr. Un disco para tener y atesorar como el ejemplo del mejor pop. Ese que se baila y no cansa. El caramelo más pegajoso que puede llegar a tus manos.